Capítulo 3

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UN TRATO

"La fotografía es un secreto de un secreto. Cuanto más te dice, menos sabes".

—Diane Arbus.


VENUS

Lo primero que hago una vez dentro es ponerme la capucha y encender la cámara, entretanto, me pregunto por qué motivo no habré tropezado con ningún individuo de seguridad que estuviera al pendiente para cobrarme el ingreso. Y como si lo hubiera invocado, defino a un gigante vestido de negro que me señala sobre la muchedumbre. Mi rostro pierde color al contemplar a otros dos dirigirse a mí.

Cuando entré debí pasar por al lado y no los noté, pero claramente uno de ellos sí que logró verme.

¿Qué diablos comen esos superhombres? Seguramente, cuando niños, no solo acabaron con el plato de sopa que su madre les sirvió, sino con la cacerola entera.

De inmediato corro a refugiarme entre la multitud, pensando en la razón que los llevó a perseguirme cuando no detuvieron a Anthony. Sin embargo, las tres veces que lo vi ingresar en el bar a lo largo de esta semana, me esclarece que ya debían conocerlo.

Mientras evado a todo el que se me cruza por el frente, advierto que las instalaciones son amplias. Está repleto de jóvenes que fuman, beben, bailan y, por lo que logro distinguir bajo las deslumbrantes luces de colores que cuelgan del techo y ciertas columnas, consumen píldoras redondas un poco más pequeñas que la uña de un meñique.

A mis oídos les cuesta trabajo acostumbrarse al volumen elevado del ritmo latino. No suelo frecuentar lugares así, principalmente porque me recuerdan el motivo que arrastró a mi padre al fondo del estanque: el abuso de alcohol.

Pero una vez encontrándome dentro, no puedo simplemente echarme para atrás. No me resulta posible. Los gorilas bloquean mi salida.

Veo de cerca cuando una chica —que aparenta más o menos mi edad— coloca en la boca de su compañera una de esas píldoras amarillas con un Emoji impreso, poco después ambas se empiezan a besar y de inmediato me concentro en buscar la silueta atlética por la cual me encuentro en este sitio en primer lugar, sintiéndome como una fugitiva peligrosa que escapa de la policía.

—¿Qué es lo que te traes entre manos nadador? —Siento mayor curiosidad mientras me invade el miedo por ser atrapada, pero a quién voy a engañar, ¡también es muy emocionante!

Pierdo a los de seguridad cuando me escondo cerca del escenario sobre el cual un DJ se encuentra tocando.

Desplazo la vista a través de todo el lugar, y al fondo del todo distingo la espalda ancha de Anthony saliendo por la puerta trasera del bar. Pienso que no está solo cuando la única mujer del lugar que aparenta sobrepasar los treinta, disimula atender una llamada telefónica después que éste le hace una señal.

Cinco minutos más tarde ella cruza esa misma salida.

—Y bien niño rico, ¿cuánto trajiste esta vez? —La escucho preguntar con cierto aire de reserva mientras que, agachada, termino de cruzar ese umbral, ocultándome detrás del sinnúmero de botellas apiladas en el interior de cajas de cartón, manteniendo de este modo la puerta a mis espaldas por si me descubren y tengo que huir.

La mujer teñida de rubio luce ruda. Tiene cada una de sus marcadas facciones tan rígidas, que resaltan ciertas arrugas prematuras en sus ojos verdes muy abiertos y alrededor de la pequeña boca cerrada con fuerza. Luce recia, y aunque también es un poco baja de estatura, de algún modo consigue emanar cierta clase de presencia aplacadora. Es impresionante. Y si acaso debo elegir, definitivamente le temo más que a los bravucones de seguridad.

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