Prólogo

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-¿Te gustó el infierno? -

Miré hacia arriba entre mechones de mi cabello oscuro, cubiertos de sangre, para gruñir ante el sonido de una voz que no había escuchado en siglos.

Noir.

Dios Primario.

Señor de todas las cosas oscuras y letales.

Tremendo hijo de puta.

Respondería a esa tonta pregunta, pero los demonios que me habían estado torturando cerraron mi boca con un candado por los últimos...

Ah, mierda, ¿quién podía contar tan alto? ¿Y por qué alguien querría hacerlo si cada latido del corazón traía un dolor tan profundo que era imposible recordar cómo se vivía sin él? Claro que, durante los siglos, el dolor se había vuelto mi propia fuente de placer.

Sí, estoy más loco que Noir.

Con el candado puesto, no había podido hablar desde que me arrojaron a este lugar. No es que quisiera hacerlo. Nunca le di a nadie la satisfacción de escucharme suplicar o llorar. Sólo una persona me hizo suplicar y aún después de un milenio, las burlas y condena de mi padre adoptivo, todavía hacían eco en mis oídos.

Que se maten. Ya no soy un niño, y moriría antes de humillarme nuevamente pidiendo algo que sé que no recibiría.

Pero sí habría insultado a Noir de haber podido hacerlo. Aunque como estaban las cosas, todo lo que podía hacer era mirar con odio al ser milenario y desear poseer mis poderes intactos para traerles infinita miseria a todos ellos.

Con casi dos metros diez de alto, Noir hacía que los demonios a su alrededor temblaran de miedo. Con su traje negro inmaculado y su camisa blanca y liviana se veía fuera de lugar en la habitación fría y oscura, una habitación con paredes que estaban salpicadas con mi sangre.

Estiró la mano y palmeó mi mejilla como si fuera un cachorro obediente. -Mmm. Tengo que decir que el infierno no te sienta bien. Te he visto al menos en un estado un poco mejor que ahora, dando lástima. -

-Vete a cagar. -Traté de responderle con repulsión, pero mis palabras eran indescifrables. El candado no me dejaba mover la boca ni la lengua. Todo lo que hizo fue causarme una ola de dolor enloquecedor que me atravesó. Como si lo necesitara.

Noir arqueó una ceja. -¿Gracias? No puedo imaginar que me estés agradeciendo por esta miseria. Eres un enfermo, ¿no? -

Apreté los dientes. El tono jocoso de su voz dejó en claro que el cerdo sólo lo había dicho para romperme las bolas.

Funcionó. No era como si él tuviera que hacer un esfuerzo para lograrlo. El solo hecho... No podía pensar un insulto lo suficientemente malo para describir lo que pensaba... solo que Noir estuviera vivo,  ponía mis nervios de punta.

Noir miró a los otros a su alrededor. -Váyanse. -

¿Podía ese tono ser más dominante?

Oh, sí, esperen. Estamos hablando de Noir. Claro que sí.

Y el Dios milenario no tuvo que decirlo dos veces. Los demonios desaparecieron inmediatamente, aterrados de que en su furia de Noir les otorgara la misma "hospitalidad" que me había mostrado a mí.

Después de todo, en algún momento fui su mascota más amada, una a la que malcriaba con regalos, después de torturarlo.

El Dios Oscuro nunca había podido soportar a los demonios que le servían.

Si pudiera, yo también me iría.

Envidiaba esa libertad de irse, mientras mi cuerpo desnudo colgaba del techo, con las manos encadenadas sobre mi cabeza. He estado en esta posición por tanto tiempo que los huesos de mis muñecas sobresalían entre los cortes que las esposas causaron en mi piel.

El Guardián [Willyrex&Tú] *Editando*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora