CAPÍTULO VII - Segunda parte

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ADVERTENCIA: la primera escena contiene partes violentas. Se hace mención a algunas cosas que pueden impresionar a ciertas personas (nada muy explícito ni gráfico). Están avisados.

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Aníbal controlaba cada cinco minutos por el espejo retrovisor a los ocupantes de los asientos traseros.

Desde hacía un rato, sus ojos fríos y calculadores se habían posado exclusivamente en Agustín, quien se había despertado y estaba cada vez más inquieto.

Desde que habían salido de Tulcán, nadie había dicho ni una palabra. El silencio era aturdidor, y el pequeño se había puesto muy ansioso.

Aníbal volvió a mirarlo a través del espejo y Agustín, quien se había dado cuenta que lo estaban vigilando, le respondió sacándole la lengua. El tío de su mamá se rió y volvió a fijar su mirada en la ruta por delante.

El niño se dió vuelta y le susurró al oído a su abuela.

-Buba, no me gusta ese hombre.

Marilina lo miró por un momento y no le respondió nada.

Leonor estaba sentada del lado derecho, con las piernas cruzadas, el cinturón de seguridad puesto en su lugar y mirando por la ventanilla el paisaje que pasaba rápidamente ante sus ojos. Marilina se preguntaba si estaría arrepentida de haberla acompañado o tal vez estaba planificado algún modo de escape de esa peligrosa situación en la que ella, sin querer, la había metido.

Qué tonta había sido en pensar que sería tan fácil escaparse de Colombia y que nadie la alcanzaría, sabiendo que estaban detrás de su rastro. Y lo peor de todo era que había puesto en peligro a Agustín. Simona se iba a enojar mucho con ella, y con toda la razón del mundo, eso si es que lograban salir con vida.

Volvió a pensar en Diego y le pidió que los protegiera. Si se iba a derramar sangre, rogaba que esta vez no fuera la de los inocentes.

Aníbal comenzó a reducir la velocidad y se detuvo junto al camino, a pocos kilómetros de un pueblito.

-Llegamos. Dejen los bolsos y los celulares y bajen -ordenó tajantemente.

Las mujeres intercambiaron una mirada, pero rápidamente siguieron sus indicaciones, dejando todas sus pertenencias en el asiento delantero que estaba vacío. Se bajaron del vehículo y Aníbal lo cerró con llave y activó la alarma.

-Escuchen bien porque solo voy a decirlo una vez. Usted, señora, se va a quedar aquí, a varios metros del auto la quiero. Y usted, Marilina, me va a acompañar que tenemos una conversación pendiente. El guámbito se queda aquí junto a la dama -concluyó señalando a Leonor-. Alguna de las dos llega a hacer un movimiento en falso y me van a obligar a hacer algo que no quiero hacer. ¿Entendido? -preguntó invadiendo el espacio personal de las mujeres, quienes estaban paradas lado a lado, tomándose de las manos.

Marilina abrazó a Leonor, con Agustín aún en sus brazos, entremedio de ellas y le susurró al oído:

-Si no vuelvo en veinte minutos,  necesito que lleve a mi nieto a algún lugar seguro. No espere ni un minuto más ni lo piense dos veces. Se lo pido por lo que más quiera.

Leonor asintió e intentó tomar a Agustín en sus brazos, quien empezó a llorar.

-Noooo, buba, no -gritaba pataleando y estirando sus bracitos en dirección a su abuela, tratando de escaparse del agarre de Leonor.

Marilina comenzó a llorar y le besó uno de sus cachetitos.

-Agustín, cálmate. Necesito que te quedes con la señora un ratito. Hazle caso. La buba ya viene. Te amo, mi niño hermoso.

Amarte en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora