CAPÍTULO VI - Tercera parte

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NOTA DE AUTOR: holaaa! Les tenía abandonados. Estuve de viaje y no podía publicar a pesar de tener esta entrega lista el miércoles pasado. POR ESO... HOY VAN A TENER DOBLE ACTUALIZACIÓN, PARA CERRAR EL CAPÍTULO 6 Y PASAR A LA NUEVA ÉTAPA EN LA HISTORIA. LA ÚLTIMA PARTE LA PUBLICO UN POCO MÁS TARDE, QUE TODAVÍA ME FALTAN UN PAR DE CORRECCIONES. DISFRUTEN!!!

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Chriiiiin chriiiiin chriiiiiiin

La alarma comenzó a sonar con una aturdidora potencia. Abrí mis ojos y noté que todavía era de noche. A través del cortinado que daba al balcón se dejaban entrever ver las luces de la calle y de los edificios cercanos. De vez en cuando, las luces de los autos que se aproximaban rebotaban contra alguna pared y se amplificaban, iluminado parcialmente el cuarto.

Tomé el celular y comprobé que eran las 6 de la mañana; gruñí en frustración. Nunca había sido una persona amiga de la mañana y el madrugar y no tenía intenciones de hacer las pases con eso, no en un futuro cercano, ni tampoco nunca jamás.

Volví a mirar la pantalla y revisé mis notificaciones. Nada. Mamá no me había devuelto ni una de las llamadas. Al parecer, había leído mis mensajes en WhatsApp, pero ahí también todo seguía igual. Los tildes azules la delataban.

Traté de interrumpir la ruta que mis pensamientos estaban tomando y evitar pensar en lo peor. Lo único que sabía era que mi mamá había visto los mensajes y que su última conexión había sido hacia 5 horas, en plena madrugada. Tenía que confiar en que ya estaba al tanto del peligro y que había una buena razón detrás de su silencio.

Con todo el esfuerzo del mundo, me arrastré, literalmente, de la cama al baño, esparciendo las sábanas por el suelo. Prendí las luces y abrí la canilla del agua caliente de la ducha. En pocos segundos, la habitación se llenó de vapor y el ambiente se climatizó. Me desvestí rápidamente y entré.

El agua hirviendo impactó sobre mi piel, que enseguida enrojeció. Regulé la temperatura y dejé que la cálida sensación se apoderara de mi cuerpo. Me coloqué precisamente debajo del punto desde donde fluía la mayor cantidad de agua, sobre mi cabeza, como si el líquido fuese capaz de arrastar con él todas mis preocupaciones y preguntas existenciales.

En otro momento, hubiese disfrutado por más tiempo el efecto relajante del baño, pero no podía darme ese lujo ante la situación en la que me encontraba. Cerré la canilla, abrí la puerta corrediza de vidrio y me envolví con los toallones que estaban apilados en la mesa de baño. Regresé a la habitación, en donde comencé a vestirme y a revisar que no me hubiera olvidado de guardar nada.

Miré el reloj una vez más. Faltaban quince minutos para las siete y todavía seguía oscuro. Tomé mi valija, me colgué la mochila, apagué las luces y salí de la habitación.

Apenas puse un pie en el pasillo, una tropilla de personas pasó por delante de mí, prácticamente corriendo, en dirección al ascensor. Llevaban cámaras de fotos, de grabación y micrófonos. Me quedé observando cómo las puertas del ascensor se abrían y la manada, por no encontrar un término menos apropiado para referirme a ellos, ingresó a los empujones al elevador.

Pensé que era demasiado movimiento para un miércoles a las 7 de la mañana. Sacudí la cabeza y comencé a caminar por el pasillo, con la valija deslizándose detrás de mí.

Antes de irme, necesitaba despedirme de alguien que, por unos minutos, se había transformado en un verdadero ángel de la guarda. En mí Ángel de la guarda.

Llegué al cuarto de servicio y golpeé. Unos segundos después, las puertas se abrieron y Ángel, el empleado que ayer me había encontrado huyendo, apareció. En cuanto se dió cuenta que era yo, su cara se iluminó con una amplia sonrisa.

Amarte en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora