CAPÍTULO XI: UN MEDICO DE LUJO

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Después de dos días de llamadas y desencuentros, el Doctor en medicina Jorge I. Stanton me recibió en su departamento con vista a la plaza Arenales.
-Señor Branka, ¿le puedo servir algo?
-¡Café!, ¡por favor!
-¿Algo más espirituoso? O tal vez estando de servicio no bebe.
No había emoción en sus palabras. Se lo veía distinguido y muy refinado en sus hábitos.
-Doctor, no soy policía, sólo un investigador de seguros. Lo mío pasa por las claúsulas de las pólizas y no por el móvil. Si hubiese dudas de tipo criminal debería informar a la policía o al juzgado pertinente. Mi informe debe aclarar ciertos puntos en cuestión y luego me retiro por donde llegué.
-Cathy me advirtió de su llaneza y estilo directo. Le agradezco su aclaración. ¿Qué necesita de mí, cómo cree que puedo ayudarlo?
-Usted es quien firmó el acta de deceso y, también, acompañó al profesor en sus últimos momentos. ¿Me podría describir qué pasó ese desgraciado día?
-Desgraciado día, es verdad, todo estaba preparado para una jornada festiva y- se le quebró la voz- disculpe, con Willy nos unía una gran amistad.
-Comprendo, doctor.
-Yo era uno de los comensales en la mesa de Willy.
-¡Sí!, lo he visto en un film.
-Comenzó con un ahogo, la cara desencajada, el cuerpo tembloroso y los ojos fijos. Un estado convulsivo y a los pocos minutos su corazón dijo basta.
-¿Sufría del corazón?
-Bajo reserva médica, sólo por ayudar en su investigación romperé el silencio, lo venía tratando desde hace dos años por su diabetes e insuficiencia cardíaca.
-¿Qué tipo de cuidados requería?
-Los habituales evitar los esfuerzos físicos, comer con moderación, caminar, distraerse, no fumar. Pareciera que los médicos siempre repetimos la misma fórmula y Willy no era un paciente fácil.
-Usted como médico y amigo personal, ¿cree que el profesor tenía motivos para suicidarse?
-Caballero Branka, yo estaba casi frente a él. No se puede dudar ni ensuciar el buen nombre de una persona y mucho menos perjudicar a una Institución tan reconocida como el Times Buenos Aires School.
– Comprendo lo difícil que es perder a un amigo y socio.
-¿Cómo sabe lo de mi participación?- lo tomé por sorpresa – En realidad mi parte es mínima. Fue sólo un gesto – se interrumpió, cerró la boca y como si tuviera que controlarse como para no golpearme dijo- Veo, señor, que usted ha estado indagando más allá de lo que en verdad pareciera.
-Doctor, usted me asegura que el certificado de defunción no tiene errores u omisiones, ¿es así?
Se recompuso.
-¡Por supuesto!- respondió con cierta soberbia y mayor suficiencia aún.
-Si la compañía aseguradora pidiera la exhumación del cuerpo, ¿usted nos acompañaría o se negaría a hacerlo?
-Me molesta sobremanera su sospecha. William murió por un paro provocado por la emoción de la fiesta y por exceso en la comida. Prefiero que usted y su empresa piensen así. ¿Imagina lo que significaría una publicidad del tipo suicida o criminal?
No valía la pena continuar dialogando, además sabía que recién estaban iniciando el servicio, por lo tanto el exceso en la comida no podía ser.
-Doctor, le agradezco su entrevista. Trataré de molestarlo lo menos posible.
Nos despedimos. El doctor enfiló hacia la botella y yo salí por donde vine pensando en su última reflexión.

MUERTE EN LA ESCUELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora