CAPÍTULO XV: BLANCANIEVES DE CHOCOLATE

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Hice mi ingreso al colegio y me encontré con el contador, se me ocurrió hablar de las cuentas del Director. Pasamos a su oficina. No son temas de pasillo.
-Me han informado que el señor William era muy generoso, ¿hay algún registro de sus gastos?
-Tengo este libro que son los gastos de representación.

Veo el libro en detalle. -¿Acá está todo?, no hay gastos fuera de lo común
-¿Usted dice grandes gastos o especiales?
-Me interesan sumas elevadas que le hayan llamado la atención.
-¡No!, jamás se llevó registro de grandes gastos en regalos o presentes especiales
-¿No llevaban registro o no los hacían?
– No los hacíamos.
Ya estaba todo dicho. -¡Gracias, ha sido muy amable!
-¿Qué tiene que ver con una biografía semejante encuesta?
-No es de su incumbencia pero sepa que todo hace a la personalidad. ¡Buenos días! Salí.

Fui directo a los films en que William lleva su manzana en la mano y la guarda en su bolsillo izquierdo. Acerco la imagen y noto el pequeño bulto que deforma el costado del saco.
Busco la velocidad más lenta que permite la máquina y logro acercamientos fantásticos.
-Escuchá Marcelo, ¿por qué la primera vez no me facilitaste estos recursos?- reproché al técnico.
-Por dos motivos, el primero es que no me lo pediste. El segundo, porque no sabía qué deseabas ver.
Debí reconocer que tenía razón, pero, era evidente que, en aquella ocasión, no había demostrado interés por colaborar enteramente conmigo. Hoy quería hacer gala de su superioridad y aquí estamos.
-¡Pará, pará!- le exigí.
-¿Qué pasa?
Allí estaba. Imagen lejana. Borrosa. Una cabellera al viento cubría parte de la visual. El profesor estaba comiendo su manzana. Casi de espaldas a la cámara, cubriéndose, como quien enciende un cigarrillo un día de viento.
Ahora debía buscar al que le dio tal manzana. Eva no sería, pensé.
-Marcelo, vamos a la filmación número 4, que según mi registro es la actuación de los Apple.
-Ya corre, respondió desde su cabina.
Busqué, rebusqué y volví a buscar. Nadie le dio al profesor una mísera manzana. Todos se servían de las canastitas que llevaban los niños. Todos excepto William.
Salí de la sala de proyección y me acerqué al campo deportivo, me fui lejos a fumarme un cigarrillo reparador. ¡Maldito veneno!

-¿Avanza la investigación?
Era Geranio que se acercó a saludarme.
-¡Todo se sabe!- respondí.
-Pero no siempre se aplica la justicia- acusó.
-Depende. Si se publicitaran los casos resueltos, el vulgo criticaría menos y se portaría mejor.
-Pecthos, me sorprendés. Creí lo contrario hasta hoy. Si tú lo afirmas, que eres un joven inteligente, atlético y tan elegante… ¡Cuántas mujeres tendrás a tus pies!
-¡Sí!, soy antiguo, todavía me gustan las mujeres- por las dudas y molesto me aseguré la respuesta.
-Se han dado casos en los que quien desprecia, después compra- aseveró como un gran conocedor.
-¿Cuál fue tu verdadera relación con el profe?-. Necesitaba saber y tomé el camino directo.
-Un colegio es un templo al que se debe respetar. Dentro de estos muros somos profesionales, pero fuera de ellos somos tan humanos como el que más. Éramos jóvenes y alocados. Willy tuvo una aventura conmigo y luego me dejó por una mujer, que como te darás cuenta corría con ventaja. Fue una competencia desleal. Willy siempre me quiso a su lado porque reconocía mi amor en las sombras. Jamás lo traicionaría y siempre estuve para cuidarlo, aunque…
-¿Aunque qué?- pregunté ansioso.
-Se había vuelto muy promiscuo. Además soportaba los cuernos con cierta resignación.
-Los del médico supongo.
-No sólo él, fueron tantos. Cada uno hacía su vida.

La voz ronca de Amré lo interrumpió.
-Ya estás mintiendo otra vez.
-¡Qué!, ¿sólo tú puedes hablar con el joven? – espetó Geranio y se fue ofuscado.
-Amré, necesito tu ayuda- me escuchaba en silencio. Proseguí- ¿El profesor se drogaba?
– Aspiraba muy de vez en cuando. Las tensiones ya lo afectaban.
-Amré, creo que al profesor lo ayudaron a morir.
-Lo asesinaron- sonó como una afirmación.
-¿Cómo lo sabes?
-Supongo, nada más.
Le expliqué mis sospechas y la forma en que lo ví comer su manzana.
-¿Manzana?, ¿y a escondidas? No lo creo.
-¿Por qué no?
-Willi no las comería ni por prescripción médica. Además por la forma escondedora en que me decis, seguro estaba comiendo los chocolates envueltos en papel rojo.
-¿Cómo sabés eso?- pregunté casi con desesperación.
-Muy sencillo, porque fui el encargado de comprar el papel para envoltorio.
Amré me explicó su participación en los preparativos de la fiesta, así supe que la distribución fueron canastas con manzanas de chocolate.
-¿Quiénes distribuyeron los bombones?
Amré me miró de arriba a abajo.
– Lo hicieron casi trescientos niños del Garden.

MUERTE EN LA ESCUELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora