CAPÍTULO XIII: REUNIÓN FAMILIAR

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Dejó de llover, se nota la humedad en el aire y se ve todo mojado. Voy con mi auto por un camino vecinal de Totuguitas.
La quinta familiar, en la zona norte de Buenos Aires, fue el lugar elegido. Ya estoy cerca.
Paso por la guardia central del barrio privado.
Llego al portón de la casona. Hago luces y se abre la reja. Atravieso el jardín, veo a lo lejos la cancha de golf, la laguna, una enorme piscina y un gran quincho. El edificio de cerca y en detalle es majestuoso.
Llego a la puerta principal de la casa y me espera un mayordomo. Lo miro sorprendido y el hombre me hace señas que descienda y entre.

Tal cual esperaba, el encuentro con los hijos de William se realizó en forma grupal. No sé por qué cuando menciono a este hombre se me cruza el Sir, será que imagino una vida respetable, tipo folletín inglés de la época victoriana. Creo que este medio social me lleva a creer que soy un detective de Scotland Yard.
¡A cuántos argentinos nos pasará sentirnos parte de una sociedad tan lejana y qué sensación de respeto se tiene por los extranjeros! Excepto los tanos o gallegos, que son como nosotros. ¡Por algo existe la maldición Malinche!, “abrir tu casa al extraño y cerrársela a tu hermano”, como dice el poema.
No me es fácil asociar la vida de esta clase social a la de todos los días del común de la gente. ¿Quién tiene conciencia de lo que es vivir así?, cancha de golf, lago con salida al río, complejo de cines y teatros. Gentes servidas al extremo y con buena vigilancia y seguridad. ¡Ché! ¿qué difícil les debe resultar comprender los problemas de la empleada?
Dejé la zurda de lado y entré.

-Lo aguardábamos hace media hora- señor Branka- me recriminó un joven adusto que se presentó como Alfredo, el mayor de los D’Onnelly.
-Sí, es verdad. Pasé por el juzgado y el fiscal me hizo esperar unos minutos, espero sepan aceptar mis disculpas.
Mis palabras impactaron a la concurrencia. Mencionar al fiscal fue premeditado.
-Soy Margaret y le doy la bienvenida. Abandoné mi atelier para escuchar lo que nos tenga que decir.
-Margaret, no vine a dar un discurso. Sí a intercambiar ideas.
Ví en ella a una rubia, con reflejos rojizos y algunas pecas adornando sus mejillas, que me pareció dejaban entrever la inocencia de una mujer joven que vive en su mundo de arte y refinamiento.
Pero Alfredo, alto y delgado, cabello ralo y ojos fríos, demostraba poca tolerancia y escasa comunicación para con los demás.
-Estamos dispuestos a colaborar, en lo que podamos. No sabemos mucho de la salud de papá -dijo el tercero.
-Usted debe ser Esteban, ¿no es así?
-Así es- respondió cálidamente el joven y atlético hermano menor.
-Imagino que su madre, carraspeé y corregí, Catherine, les habrá comentado de mi trabajo.
-Nos comentó todo, o así creemos-, asintieron los tres.
-La aseguradora me pidió corroborar la muerte natural de su señor padre.
-¿Hay dudas?- preguntó ella.
-Deseamos que no haya dudas- respondí- Los comentarios recibidos alientan sospechas de su muerte por causas naturales. Ustedes podrían referirme algunos hábitos, como si comía en exceso, fumaba, bebía. Piensen ¡por favor!
Esteban fue el primero.
-El viejo era un adicto a las mujeres. Dicen que tomaba cualquier cosa para sentirse fuerte. Bravuconeaba: “yo soy taurino, el toro es mi signo”.
-¿Sí?, pero escondía su diabetes- replicó Margaret. -Era un glotón y adicto a los dulces-insistió.
-¡Maldita sea!, destripan a papá como si fuera una rata de laboratorio. Todo pasa por el seguro- se enojó Alfred.
-No seas cínico, te querías voltear a Cata y el médico te ganó de mano. El viejo ya no le servía en la cama- le retrucó Esteban enfurecido.
-Dicen que se suicidó- lloraba Margaret- yo creo que lo mataron.
¿Cómo es eso? Mantengamos la calma- pedí. -Les debo explicar que si hay sospecha de asesinato debe intervenir un juez y si hablamos de suicidio la compañía de seguros anula la póliza.
Entre sollozos me aclaró su acusación.
-Sabían que debía cuidarse pero lo invitaban a fiestas con mucha bebida, comilonas y no sé cuántas cosas más. Papá creía en esa mujer y sus amigos. Entre todos lo indujeron a excesos que lo llevaron a la muerte.
-¿Qué tipo de excesos?, Margaret sea más específica.
-¿Cómo qué tipos de excesos?- reclamó Esteban.
-¿Drogas, quizás?-pregunté.
-Medicamentos. Alguna sustancia, un poco de coca ¿no sé?, no estoy seguro -pensó Esteban, agregando -Amré debe saberlo, porque no creo que Cata o Stenton quieran hablar del tema.
-Señor Branka- interrumpió con voz firme Alfred- hagamos un pacto, si es que su ética se lo permite.
-¿Qué me propone?-. Las palabras provocadoras de Alfred despertaron mi curiosidad.
-Llegue hasta el final, sólo usted. No la policía. Evitemos un escándalo. De ser necesario, nosotros haremos las denuncias en su momento.
-El fiscal y yo coincidimos con usted. Acepto el pacto, confirmé.

MUERTE EN LA ESCUELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora