Encuentro

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Meliodas miraba con sorpresa la situación frente a él. Una figura similar a las que vio en el purgatorio, Diane y su sobrino con heridas, Gelda más pálida de lo usual y un niño idéntico a él. Podía sentir en su interior un sentimiento muy característico de él, Irá.

- Tú... ¿Tú eres mi papá? - Balbuceó Tristan con lágrimas en sus mejillas mientras sonreía. Era la sonrisa más tierna que pudo ver Meliodas en un niño.

Y de nuevo sintió ese sentimiento, su instinto le gritaba que asesinara sin piedad al ente demoníaco por simple hecho de oler las heridas de Tristan con su aroma. En cambio, su sentir le indicaba que protegiera y abrazara al niño con todo su ser.

La figura oscura maldijo en su interior, esto era malo. Había sido demasiado lento en encontrar al mocoso y por consecuencia se había encontrado con uno de los hijos del Rey Demonio. Tenía miedo, podía sentir una poderosa fuerza demoníaca de Meliodas. Tenía que actuar y rápido.

En un parpadear, el ente oscuro había definido su figura en una especie de ave. Soltó un chillido aturdiendo a todos para tomar a Tristan entre sus garras y para emprender vuelo.

- ¡Tristan! - Gritó Drake al ver como su amigo era atrapado.

- ¿Tristan...? - Pensó Meliodas aturdido tanto por el grito del ave como por el nombre, entonces recordó algo.

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Meliodas admiraba la vista que tenía enfrente, Elizabeth viendo con entusiasmo unas crías de gato sobre un puñado de hojas. Tres pequeñas criaturas llorando por la falta de su madre mientras se movían con fervor.

- Meliodas, ¿no crees que su madre ya tardo? – Pregunto Elizabeth algo preocupada por los gatitos. - ¿Deberíamos ir a buscarla?

- Te preocupas de más. Pronto estará aquí, posiblemente fue a cazar. – Dijo Meliodas mientras se acercaba con ella. – Mira los lindos que son. Pero sí que son muy llorones.

Elizabeth rió ante las palabras del demonio. – Claro que son muy llorones, son bebés. Son tan indefensos que solo cuentan con el apoyo de su madre.- Ella estaba tan absorta en los gatos que no vio como Meliodas se acercó ella para acariciar sus alas. - ¿Qué haces, Meliodas?

- Me imagino... Si alguna vez tenemos un hijo, ¿tendrá tus hermosas alas? – Exclamó Meliodas con simpleza, pero para Elizabeth fue como una bomba. Sus mejillas se colorearon de un fuerte rojo. - ¿Qué piensas, Elizabeth?

Estaba tan nerviosa y feliz por las palabras que no podía hablar. Él había considerado tener un hijo con ella.

- Tristan... - Le dijo Meliodas con alegría. – ¡Me gusta ese nombre!

- ¿Tiene que ver con no demostrar tristeza? – Preguntó Elizabeth con cariño, Meliodas sonrió en forma de respuesta. – Me encanta... Sabes, quiero que nuestro hijo tenga tus hermosos ojos verdes...

Meliodas se sorprendió ante la declaración de Elizabeth, que sintió como sus mejillas se sonrojaban ligeramente. – A mí me encantaría que tuviera tus ojos... Son más hermosos que los míos.

- Entonces, será Tristan el nombre de nuestro hijo. Pero, ¿y si fuera niña? – Bromeó Elizabeth con entusiasmo.

- Lo dudó. Prefiero un hijo. – Dijo Meliodas con simpleza. – Sería un padre muy celoso.

La diosa empezó a reír mientras que el rubio la miraba con alegría, un maullido llamó la atención de los dos. Era una gata con un pájaro en su hocico acercándose a sus crías, tanto como Elizabeth y Meliodas se alejaron de los gatitos.

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