7. A la deriva

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El cielo que dejaban atrás adquiría tonalidades anaranjadas y rojizas cuando regresaban volando a la minúscula isla, rodeada de arena blanca y mansas olas, cargados los dos con montañas de bolsas y paquetes.

Al aterrizar, Dieciocho subió inmediatamente a la primera planta de la casita rosa para desempaquetar el nuevo ajuar y Krilin iba detrás de ella para hacerle hueco en los armarios, pero el anciano Roshi, que estaba durmiendo su siesta de rigor en una tumbona próxima a la orilla, lo paró a medio camino:

—Krilin, ¿tienes un momento?

—Claro, maestro —Se quedó sujetando la mosquitera de la puerta principal, mirando a Dieciocho perdiéndose por el hueco de las escaleras. Después, soltó la hoja y se volvió hacia su mentor—. ¿Qué ocurre?

El anciano se levantó y carraspeó antes de poner las manos detrás de su espalda. Un destello cruzó las lentes de sus gafas de sol y habló:

—¿Has traído algo para mí?

Krilin se tambaleó al oir la pregunta y la sonrisa sátira que le dedicó, creyendo que se trataba de algo más importante.

—Pu-pues no, maestro —Krilin sonrió forzosamente y se rascó la nuca al caer en su falta de consideración para con el anciano—. Lo siento, la verdad es que he andado tan abstraído que me he olvidado por completo de usted.

—Mmm... entiendo —su expresión se tornó severa—. No bajes la guardia, muchacho. Si te concentras tanto en una cosa olvidarás fácilmente las más obvias y necesarias. ¿Comprendes lo que te digo?

—¿S-se refiere a sus revistas, maestro?

—No sólo son las revistas —Se volvió con el mismo aire solemne hacia la orilla, haciendo que la conversación tomara un cariz más trascendental—. No pierdas el norte por un par de ojos bonitos, muchacho.

De pronto entendió a qué se refería. No había contado con la posibilidad de terminar humillado por ella, sólo temía su abandono, pero no contempló las condiciones físicas o materiales en las que podría acabar. No le parecían relevantes hasta entonces, pero esa toma de tierra que le obligó a hacer el maestro de golpe le abrió someramente los ojos a la realidad, sin ser necesario resucitar viejos fantasmas del pasado.

El anciano temía que Krilin se dejara llevar y le concediera a la chica todos sus antojos hasta terminar con sus ahorros, huyendo entonces de su lado y dejándolo en la miseria económica y emocional.

Sacudió la cabeza. Dieciocho era diferente, ella no se parecía a nadie que hubiera conocido antes y podía notar casi de forma tangible la conexión que había entre los dos. Pero Tortuga Duende tenía razón, no había de descuidarse y debía sopesar bien sus decisiones con ella.

—Así lo haré, maestro.

Se dio la vuelta y subió las escaleras para ayudar a la androide a acomodar su fondo de armario.

Ella revisaba la ropa en silencio, doblándola con pulcritud y depositando en los huecos que el chico hacía en el escaso mobiliario de la casa.

—Quizá haya que comprar más muebles —dijo sonriendo con timidez a la chica, mirándola de soslayo por si la proposición la inquietaba de algún modo, buscando alguna brecha en sus actos que revelara otras intenciones que no fueran las de quedarse en la Kame House con él.

No obstante, un leve sonrojo y una pequeña sonrisa antes de apartar definitivamente el rostro de la vista de Krilin, fueron señales suficientes para no desconfiar de ella. Eso, y el haberla tenido constantemente pegada a él todo el día en la ciudad, así como la necesidad de contacto que demostró, o las preguntas tan aparentemente inocentes que le hacía.

Noches en Blanco || Krizuli (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora