29 - Un as en la manga

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—Parece que esta es la última —dijo Krilin con pesadez mientras retiraba el precinto de una caja de cartón—. Es increíble que en tan poco espacio hayamos acumulado tantas cosas.

—Ese armario que había en el cuarto iba a reventar cualquier día —apuntó Dieciocho. De espaldas a él, retiraba el polvo de algunas figuras y las colocaba en el mueble aparador del salón—. Creo que nunca habías hecho limpieza de trastos viejos.

—Tienes razón —reconoció él con algo de vergüenza—, pero hemos empacado más cosas tuyas que mías para la mudanza.

—Nada de eso era basura —malmetió ella.

—Oye, que mis cosas no son basura —lloriqueó Krilin.

Ella se giró parcialmente para dedicarle una sonrisa burlona y él le devolvió otra suspicaz.

Se habían mudado finalmente a un tranquilo barrio residencial de Ciudad Satán, a una modesta pero bonita casa de dos plantas, con un pequeño jardín privado en la parte trasera y una plaza de garaje que probablemente nunca utilizarían para aparcar ningún vehículo.

La escueta decoración en tonos claros, consistente en un sencillo mueble para el televisor con varios cajones, un sofá de tres plazas y una mesa baja sobre una mullida alfombra beige, se sumaba a la luz indirecta que podía entrar desde los ventanales. El ambiente resultante en el hogar era diáfano y, al estar rodeado por edificios de similar altura, los tímidos rayos del sol poniente alcanzaban a colarse por los cristales y decoraban de colores anaranjados las paredes.

Habían empleado buena parte de los ahorros de Dieciocho en ello, tanto en la compra como en la decoración y mudanza completa, por lo que Krilin, quien siempre se anticipaba a lo que pudiera pasar luego de tomar una decisión, ya estaba pensando en cómo hacer para que su mujer no volviera a salir a jugarse el pellejo y él fuera quien llevara el sustento a casa.

—Escucha, Dieciocho —hablaba al tiempo que desembalaba los últimos enseres que había en aquella caja, sin mirarla, ya que daba por hecho que lo que le iba a decir desencadenaria una pequeña discusión. Aunque debía soltarlo como diera lugar—, estoy pensando que quizá no haga falta que sigas con eso de capturar fugitivos. Puede que me plantee empezar a trabajar para que tú te puedas quedar en casa.

Dieciocho dejó el trapo sobre el mueble y se giró del todo. Cruzó los brazos sobre el pecho y hundió el ceño tanto que sus cejas casi se tocaban entre sí.

—¿A qué viene eso? ¿Ya estás con tus tonterías? —rebatió ella anticipándose a alguna absurda idea que hubiera dado por hecho su hombrecillo en un estéril intento de protegerla de algún modo.

Tanto tiempo y seguía con eso.

—No son tonterías —se ofendió él—. Me preocupo por ti —suavizó la voz cuando volvió la cara para verla. El sol teñía su cabello parcialmente de un espectacular tono rojizo y el azul turquesa de sus ojos se avivaba como una llama, pero con vetas violáceas. Era bellísima—... Me inquieta cada vez que te ausentas y es... es mi responsabilidad mantener a esta familia.

Ella rio con esa característica musicalidad que contrastaba con su tono de voz grave. Si no fuera porque él era el propio motivo de su mofa, diría que era la cosa más bella que existió jamás.

—Eres increíble —dijo. Estaba realmente divertida—. Sabes que no corro ningún peligro... Dios, ¡si yo soy el peligro! —gesticuló y miró al techo, clamando al cielo por lo obvia que era esa afirmación—. Además, me aburro como una ostra si no tengo nada que hacer, y dar caza a esos imbéciles es bastante entretenido a veces —confesó. Luego se puso algo más sería para no herir los sentimientos de Krilin—. Si es porque te apetece trabajar, adelante, haz lo que quieras, pero yo no me quedaré encerrada en casa ni mucho menos.

Noches en Blanco || Krizuli (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora