—Dieciocho, sé más cuidadosa, lo que llevas delante no es una mochila —le regañó Krilin.
Ella se encogió de hombros y siguió su camino a la habitación del bebé, sin soltar de sus manos la enorme y pesada caja que contenía una cuna nueva de madera.
No era la primera vez que le daba muestras del padre tan sobreprotector que iba a ser. Estaba habituada a ese tipo de comentarios y a sus advertencias sobre lo delicado que podía ser su hijo o hija, a diferencia de ellos dos. Que un mal movimiento podría ser fatal, decía. En su defensa, ella le solía rebatir con el argumento de que su útero era más resistente me cualquier búnker en el mundo, que era el lugar más seguro para su bebé.
Sin embargo, después de cuarenta semanas bien pasadas, le daba exactamente igual lo que dijera.
No le pesaba la barriga, ni se le hinchaban los pies, tampoco sufría de ardores, ni estrías o varices, pero se había acostumbrado a su figura deforme a la vez que a veces pensaba que nunca iba a ser la misma de siempre.
Además de sentirse diferente físicamente, Dieciocho no había notado nada más. Le costaba imaginarse con el pequeño en brazos, no se visualizaba como otra madres que había visto por la calle y mucho menos comprendía esa conexión casi mágica entre un hijo y su madre de la que hablaban algunos libros y películas. Evidentemente, sentía sus movimientos, sabía que había una personita en su interior, pero inconscientemente se había habituado a ello como a su nueva apariencia, como si eso nunca fuera a cambiar. Y, por supuesto, toda esa ñoñería del instinto materno le era ajena.
Lo que verdaderamente le aterraba era pensar que esa criatura un día tendría que depender de sus propias manos. Un ser tan frágil y ella, en cambio, tan letal… Deliberadamente, bloqueaba esos pensamientos y se evadía de las fantasías sobre cosas del bebé, e incluso impedía a Krilin pronunciar estas ilusiones en voz alta.
Krilin, paciente, callaba, sonreía y la abrazaba cuando eso sucedía. Daba por hecho que sería cuestión de tiempo que Dieciocho se tranquilizara y confiara en sí misma. Él sí estaba esperanzado en que despertaría su instinto maternal una vez que conociera a su propio retoño, así como fue capaz de enamorarse. No obstante, la notaba verdaderamente preocupada en ocasiones, a su manera particular, ausente y malhumorada luego de tratar ciertos temas, por lo que también tenía la reservas de paciencia bien preparadas para soportar cualquier contratiempo después del parto.
El hombrecillo, al pie de las escaleras, la vio perderse a la vuelta de una de la esquinas del corredor de la planta de arriba. Meneó la cabeza con resignación y se metió en la cocina para preparar la cena.
Dieciocho y sus murallas. Cortaba verduras y las rehogaba luego, mientras le daba vueltas a las fronteras que su mujer le seguía poniendo a sus pensamientos. No creía que fuera a cambiar y tampoco deseaba eso, pues así la amaba, pero a veces podía resultar bastante difícil ayudarla o siquiera apoyarla si no conocía la causa de su malestar.
Tomó dos huevos de la nevera, los enjuagó y los cascó para echarlos sobre las verduras en la sartén. Los sazonaba y recogía cuando sintió a sus espaldas una de las sillas del comedor deslizarse sobre la tarima, sin chirriar apenas.
—¿Has terminado de montar la cuna? —preguntó.
—Claro —dijo Dieciocho. Su marido últimamente sabía con mayor certeza dónde se encontraba, pero desconocía si se debía al ruido que hacía con su enorme volumen corporal o a la insignificante aunque perceptible energía de su hijo—. Ha sido muy fácil.
Krilin se volvió, sonriente, y dispuso en la mesa los cubiertos mientas terminaba de cuajar el revuelto de verduras.
—No falta nada, sólo nos queda elegir los nombres.
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Noches en Blanco || Krizuli (Completa)
FanfictionLas noches son largas para una androide que no necesita descansar y son interminables para un guerrero que anhela verla una vez más. ¿Cómo surgió la chispa del amor entre Krilin y Número 18? Léelo en este romántico y divertido fanfic. 🐉Disclaimer�...