17 - Palomitas

593 47 176
                                    

Es curioso cómo cambia la forma de entender el mundo cuando nos enteramos de algún secreto o, simplemente, cambiamos nuestra forma de percibir algo. Puede ser algo tan anodino como la letra de una canción en otro idioma cuando logramos traducirla, o algo tan sutil como el olor del aire cuando llega la primavera.

Para Dieciocho y Krilin fue mucho más potente que eso. Fue como quitarse una venda de los ojos, una de la que nunca tuvieron constancia. Una vez vieron la luz del día, fue cuando supieron que la habían llevado puesta, lo ciegos que habían estado toda su vida.

Luego de esa bendita tarde donde se confesaron el amor que se profesaban, nada podía ser igual que antes, todo tenía un sentido diferente y lógico en el caos que era la existencia: el sentido de sus vidas consistía en ver dichoso al otro y compartirlo.

No entendían, pues, cómo pudieron haber pasado tantos meses sin darse cuenta de lo que ocurría teniéndolo delante de sus caras y sus días ahora, transcurrían pendientes de su mutua felicidad.

A pesar de no haber cambiado un ápice su forma de ser y de tratarse, esto es con bromas y tomaduras de pelo constante por parte de los dos, reservaban sus demostraciones de cariño a leves caricias en la mano debajo de la mesa a la hora de comer y a dormir abrazados por las noches.

Cada uno tenía sus propios motivos y, cómo no, siempre teniendo en cuenta los deseos del otro… o lo que pensaban que deseaban.

Krilin se decía que Dieciocho se moriría de la vergüenza si se pasaba el día colgado de ella como un monillo y, aunque lo que más quería en el mundo era llenarle la cara de besos a todas horas, se contentaba con hacerlo discretamente sólo de noche, cuando Dieciocho caía en sueño profundo y no se enteraba… o sí.

Porque lo sabía. Dieciocho sabía perfectamente de las muestras de cariño de Krilin y, contrariamente a lo que hubiera creído, le encantaba que lo hiciera. Sin embargo, le extrañaba que no lo intentara durante el día, incluso sin estar el maestro delante de ellos, pues sabía que a Krilin le daría vergüenza que el anciano lo viera.

Dieciocho se cuestionaba a qué se debía el aparente rechazo de Krilin, si el motivo era respetar su espacio como siempre lo hizo antes de tener en claro nada, o si estaba resentido por haber negado ella tantas veces lo que sentía por él. No se le iba de su memoria ultraeficaz el rostro resignado y de dolor que había compuesto Krilin cada vez que ella lo había apartado de su lado o se había reído a su costa. Y creía que el verdadero motivo de que él marcará distancias era el miedo a sentirse herido y rechazado de nuevo por su parte.

Por otro lado, había un problema real: de ella no salían gestos de cariño. Así de sencillo. Era como si su cuerpo no obedeciera los deseos de su mente de tenerlo cerquita y de ese dilema interno surgió el primer problema, por llamarlo de alguna manera. No sabía cómo acercarse a él.

Krilin, por su parte, no quería presionarla. Era consciente de que si la atosigaba con excesivas caricias, sólo obtendría el efecto contrario de lo que anhelaba.

De esta forma, tanto por Dieciocho que no sabía dar amor y se sentía culpable, como por Krilin que velaba por la calma de ella, si alguien hubiera pasado por la Kame House en esos días de visita y a tomar un refresco, no habría reparado en que ellos dos eran una pareja como tal, consolidada.

Hasta esa noche, cuando ambos estaban viendo una película por televisión, a solas, a oscuras, sentados juntos en la moqueta de la sala de estar entre almohadones contra el respaldo pero manteniendo las distancias, a pesar de que ninguno quería que existiera ese espacio entre ellos.

Krilin comía palomitas de maíz en un bol, lanzando miradas de reojo a Dieciocho después de habérselas ofrecido unas diez veces y ella haberlas rechazado otras tantas. No eran palomitas lo que quería la androide pero, ¿qué podría saber él si no aceptaba algo tan simple como eso?

Noches en Blanco || Krizuli (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora