27 - Doce de mayo

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Le sudaban las manos. Tanto, que temía por que el anillo se escapara de entre sus dedos y saliera rodando a cualquier parte por el suelo. Los nervios le estaban ganando la partida ese día, debía serenarse.

La risita burlona de Dieciocho no ayudaba. Para ella todo resultaba demasiado fácil, le había puesto la alianza sin titubeos. Pero a él la ansiedad lo estaba dominando: le temblaban las manos y era incapaz de sostener la de ella y atinar con la sortija al mismo tiempo.

Al final, fue ella la que inmovilizó su mano y movió la suya con destreza para colocarse el anillo.

Él le brindó una mirada emotiva y ella, divertida. Uno había aguardado por ese instante toda su vida y la otra opinaba que era darle demasiada importancia a una mera formalidad burocrática, pero qué más importaba si su hombrecillo era feliz.

Habían acordado celebrarlo ese día, un doce de mayo, para tener siempre presente la fecha en la que sus vidas, y la del resto de los terrícolas, habían cambiado por completo. Ese día, la historia se escribiría de otra manera y, en buena parte, ellos tenían algo que ver con eso.

Krilin vestía un sencillo traje de chaqueta blanco con pajarita y Dieciocho escogió un elegante conjunto de blusa de seda blanca y falda de tubo celeste para la cita, en el Palacio  de la Justicia de la Capital del Sur, donde habían concertado fecha con antelación.

Era un edificio vetusto, parco en detalles en el exterior, de pura piedra arenisca, pero elegante en su interior con ricos cortinajes de damasco sobre los ventanales, mesas de roble tallado en sus salones y sillones dorados para los asistentes.

No habían avisado a nadie, Dieciocho lo había pedido expresamente. En la sala del ala este de la primera planta del edificio, no había testigos, fisgones ni imbéciles varios, salvo la presencia del maestro Roshi y Umigame, vestido uno con traje negro y sombrero, y la otra con una elegante pajarita para la ocasión. Los dos miraban con ternura a la pareja y se secaban alguna que otra lagrimilla escapista.

Flemático, el juez que oficiaba la ceremonia extendió sobre la mesa el acta matrimonial y un bolígrafo con el que lo firmarían los contrayentes.

—Muy bien —dijo el juez—. Con su rúbrica y la de la señorita Lázuli, estarán oficialmente casados.

Decidida, la androide firmó el documento en primer lugar, sin demora pero con calma. Luego, le ofreció la pluma a su casi esposo y, cuando él fue a tomarla, se le escurrió de los dedos de pura excitación. Dieciocho la cazó en el aire antes de que se cayera al suelo, se lo dio de nuevo y éste se pasó un dedo por el hueco del cuello de la camisa, sofocado.

—¿Quieres calmarte? Es sólo un papel —le dijo ella.

—¿Cómo dices eso, Dieciocho? No es un simple papel —replicó Krilin, ruborizado de un modo terrible.

—Lo que tú digas, pero sólo tienes que firmar, es sencillo.

La mirada de Dieciocho le infundió la confianza suficiente para dar ese paso tan trascendental. Nada sería como antes luego de salir de allí, o sí, seguiría siendo lo mismo que cuando entraron, las mismas personas, el mismo amor, aunque con contrato que vinculara sus vidas mientras se diera. Y para Krilin eso duraría toda la vida.
Al fin, logró hacer un garabato sobre el papel que no se parecía en nada a una firma legible, pero estaba hecho. Como dijo al momento el juez, ya eran marido y mujer.

Expulsó todo el aire que retenía en los pulmones, aliviado y agradecido. Miró a su mujer y ésta le sonrió cómplice. Se volvieron para salir de la sala de una vez y el maestro y la tortuga les cerraron el paso para felicitarles con efusividad.

Algo molesta, aunque no menos dichosa, Dieciocho tiró de la mano de su marido para cortar de raíz tanta ñoñería, pero se detuvo en seco cuando las puertas abatibles de la sala se abrieron de golpe y una iracunda Bulma irrumpió en el lugar.

Noches en Blanco || Krizuli (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora