30 - Imprevisible

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El laboratorio de la Corporación Cápsula no se parecía en nada al lóbrego escondrijo que se dibujaba en la mente de Dieciocho cuando ella pensaba en ese nombre.

El zumbido de los ordenadores y los diferentes aparatos era similar, así como el caos de papeles reinante en alguna que otra mesa, pero tanto el brillo de los focos, que era potente y puntual en las zonas donde la luz solar no alcanzaba a reflejarse en la blancura del mobiliario, como el olor a desinfectante, que contrastaba diametralmente con el de moho, tierra y polvo de sus primeros recuerdos.

El lugar, en definitiva, tenía un aspecto pulcro, incluso acogedor, pero se mancilló rápidamente por el humo del cigarro que encendió Bulma.

—Así que dices que notas que has perdido poder —dijo la científica luego de dar una primera calada y antes de expulsar toda la bocanada que había penetrado en sus pulmones.

Se sentaba en un taburete giratorio junto a uno de los escritorios atiborrados de documentos. Dieciocho, por otro lado, había sido invitada a tomar asiento frente a ella, sobre una sencilla mesa metálica en el centro de la sala, y asentía con lentitud. No iba a contarle sus verdaderas intenciones a aquella mujer, principalmente porque le daba vergüenza que pensara que tuviera esa clase de ilusiones pueriles. Además, aún le costaba confiar en alguien como Bulma y no iba a tolerar ninguna estupidez, por supuesto. Sólo necesitaba una prueba gráfica, un dato que le confirmara la evidencia y se largaría de allí. No había oportunidades a experimentos extraños ni, evidentemente, invasivos.

Se recogió el pelo detrás de la oreja y habló:

—No ha sido de un día para otro —mintió—, creo que ha sido gradual. No me siento igual de fuerte que cuando desperté.

Bulma asintió y le dio otra calada al cigarrillo.

—Entiendo —dijo—. Es posible que se deba a algún desajuste o a alguna alteración en la composición de sustancias, algo que haya roto el equilibrio que haga que todo funcione.

Dieciocho frunció el ceño con dureza el principio, por el tono frío que utilizaba con ella. Desvió la mirada lejos del rostro terriblemente encantador y amigable de la de pelo azul, enfocando la vista en la ventana para buscar algo que le inspirara calma, como los árboles que se veían tras ella.

Tal vez pasar tanto tiempo con su marido la había sugestionado. Aunque Dieciocho siempre haya sido consciente de su naturaleza artificial, era posible que su percepción sobre sí misma se hubiera distorsionado y haya creído, sin quererlo, que es más humana de lo que es realmente.

—Sólo encuentra la causa y me largaré.

—Claro —confirmó Bulma con una sonrisa—. En cuanto me llamaste, revisé unos planos de Diecisiete que tenía guardados en el archivo. Lo cierto es que ni en su día ni ahora les encontré mucho sentido, pero creo que si te hago un escáner podremos salir de dudas las dos —dijo. La androide sonrió. Eso era lo único que necesitaba—. Pero antes...

—¿Qué? —preguntó con brusquedad Dieciocho. No le gustaba ese “pero”.

—Nada, no te asustes —respondió Bulma, que se iba a acercar nuevamente el pitillo a los labios, pero se había detenido a medio camino cuando Dieciocho la interrumpió—. Sólo me gustaría hacerte un análisis de sangre y un cuestionario antes de realizar la prueba —le explicó y notó la duda en los ojos entrecerrados de la androide, que le conferían una mirada intimidante—. Me ayudará a tener una idea más clara para saber donde podria estar el origen. No hay problema, ¿verdad?

—En absoluto —dijo después de un par de segundos, con la voz cortante como una navaja recién afilada.

—¡Estupendo! —concluyó Bulma y apagó el cigarro a medias en un cenicero con agua que había sobre su escritorio—. Empecemos.

Noches en Blanco || Krizuli (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora