18 - Hielo sobre fuego.

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En la Capital del Sur hacía más frío que en la isla. También anochecía antes: apenas pasaban las seis de la tarde y el alumbrado público del centro ya estaba encendido.

Ruidosa y ajetreada, como toda gran ciudad, en sus calles, una marea de gente caminaba con dificultad, algunos ocupados y otros ociosos, para abrirse paso a las diferentes tiendas, oficinas o a la parada de taxi más cercana.

Para rematar el bullicio, a ambos lados de cada calle y a cada pocos metros, siempre había un puesto ambulante donde artesanos vendían género diversoconfeccionado por ellos mismos, o cuando no, algún buscavidas entretenía al gentío con un pequeño concierto vocal o con alguna curiosa marioneta.

Dieciocho odiaba con todo su ser no poder caminar a sus anchas.

Iban agarrados de la mano, soportando los empujones del personal. Krilin notó la creciente tensión de ella y tiró de su mano para traerla a un margen de la calle, donde hubiera más hueco y algo de sitio para respirar.

—Hemos venido por tu abrigo, ¿recuerdas? —le dijo burlón cuando estuvieron a parte del barullo.

La androide le lanzó una mirada que habría helado hasta el aire.

—Vayamos a la tienda y larguémonos cuanto antes, o voy a dejar las calles como una patena de limpias.

—Ten paciencia, Dieciocho —rio nervioso—. ¿Te acuerdas de dónde era?

—Al final de esta calle, casi haciendo esquina.

Miraron hacia allá. No había más de veinte metros y tampoco mucho jaleo hasta esa parte de la acera, pues justo al pasar la puerta, en la esquina, una castañera asaba y despachaba esos frutos secos a un ritmo lento y constante a una larga fila de clientes, impregnado el aire de la calle de ese característico y sabroso aroma.

—Castañas asadas, qué ricas…

—¿Sólo piensas en comer? —se quejó la androide.

—Y en ti, constantemente —dijo risueño—. Pero, a veces también en comida y en el frío que hace.

Y cierto era. Ella no llevaba más que un jersey de cuello vuelto y unos jeans, después de todo, el abrigo lo había querido sólo por presumir pues no lo necesitaba. En cambio, Krilin se había pertrechado de varias capas de ropa debajo de su cazadora de béisbol, susceptible como era a las bajas temperaturas en total contraposición a la androide.

Dieciocho bufó y caminó con decisión tirando de la mano de Krilin, dispuesta a llevarse por delante a quien fuera y pesara a quien pesara.

Estaba allí casi por obligación y cuanto antes se fueran, mejor.

Luego de las dos semanas que había estado la isla bajo los efectos de un temporal, y que por tanto los había tenido recluidos en la casa muertos del asco, necesitaba salir para respirar aire puro y destensar los músculos. Al parecer, en aquella ciudad acostumbrada al buen tiempo también se habían visto afectados por sus inclemencias y la gente había salido en masa a la calle con la misma urgencia que ella.

Odiaba el invierno. Echaba de menos las tardes cálidas y tranquilas de paseo por esa o cualquier otra ciudad, sin tanto ajetreo.

Si no fuera por eso, se habría quedado en la isla tan ricamente. Eso sí, escuchar a Krilin lamentarse insistentemente en que le debía el dichoso abrigo y que no se perdonaba esa falta con ella, iba a ser una tortura medieval. Era inútil convencerle de que no le debía nada y que la apuesta la ganó él, ya lo había intentado. Pero el hombrecillo llevaba sus obligaciones, las que él se autoimponía, al extremo.

Noches en Blanco || Krizuli (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora