16 - La apuesta

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Como con cada amanecer desde que llegó a esa casa, Dieciocho abriría los ojos a un nuevo día. Pero ese día no iba a ser como los demás.

Siempre despertaba sola, cada mañana. Quizás con el ruido que hacía Krilin en la habitación al levantarse y buscar ropa, o con el olor a café recién hecho desde la cocina.

Pero ningún otro día había notado ese sutil cambio que percibió en su entorno más cercano antes de abrir los ojos. Pensaba que no desconectaba del todo su mente, que por las noches era plenamente consciente de lo que pasaba a su alrededor, sólo que su cerebro no creaba respuesta a esos estímulos. Sin embargo, no recordaba desde cuándo el olor de la piel de Krilin se le hacía tan cercano. Ni su calor.

Abrió los ojos finalmente. Sus pestañas chocaron contra la mejilla de él y recibió un primer plano de sus labios. Se separó, entonces, sólo un poco y fue cuando notó el brazo de él rodeándole los hombros por encima de la manta. Ella misma estaba hecha un ovillo junto a él, que seguía dormido en una postura que se ajustaba perfectamente a la suya, desarropado.

¿Por qué había hecho eso? Su jergón estaba intacto, lo que significaba que había estado toda la noche así porque... porque no había podido dormir. Esa canción ya se la sabía. Por lo menos, ahora sí estaba descansando, y así lo dejaría hasta que él necesitara.

Pensó en lo sucedido el día anterior, en esa verdad a medias que le confesó. Se sentía de algún modo liberada al haberlo hecho, era extraño tener ese grado de confianza con alguien que no la conociera de toda la vida, como su hermano. Liberador y cómodo, justo como era estar con él.

Así, se acordó de la última pregunta que le hizo el hombrecillo curioso. No le iba a decir tan fácilmente que la razón por la que había llegado allí era por él, además en alguna ocasión dejó caer que no le importaba el porqué, sino que era feliz estando junto a ella sin más. Se ruborizó rememorando la conversación, traída al hilo de otra fase de insomnio que sufrió Krilin.

Y qué valiente fue al admitirlo delante de ella. Poca gente hablaba tan claro y con tanta sinceridad como él. Ojalá ella tuviera ese arrojo, esa capacidad para vencer miedos o, por lo menos, echarle cara.

Lo contempló un ratito más, emanando ternura en sus ojillos cerrados. Si Krilin le evocaba calma, estando dormido era doblemente enternecedor. No le importaría pasar más tiempo ahí, envuelta en su calor, pero necesitaba estirar las piernas.

Se desasió de su brazo con cuidado, intentando no molestarle y, seguidamente, le dio la vuelta al edredón para arroparlo.

Inconscientemente, él se encogió sobre su cuerpo y a ella le entraron ganas de abrazarlo como él lo había hecho esa noche.

¿Por qué se sentía así? ¿Por qué su cuerpo y su mente le pedían pasar todo el tiempo del mundo a su lado? Porque le hacía sentir bien, nunca la juzgaba y le hacía creer que podía ser mejor persona. Cada momento junto a él, era una enseñanza de la vida y, con cada una de ellas, una puerta abierta a la esperanza.

Se quedó un rato mirándolo, acariciando su mejilla con el dorso de los dedos, su piel suave bajo el incipiente vello facial que despuntaba y raspaba en el arco de la mandíbula.

"Qué poquita cosa eres y sin embargo..." le besó en el entrecejo, justo entre los dos puntos inferiores que se marcaban en su frente. Pasó la yema de los dedos por su cabeza afeitada y lo dejó descansando. Corrió las cortinas para que la luz no lo molestara y bajó a bañarse. 

Después de todo eso, salió a la playa a que le diera el sol. Se quedaría esperando a que Krilin despertara escuchando música. Luego, empezarían con su rutinaria serie de entrenamiento, pero Krilin tardaba demasiado.

Noches en Blanco || Krizuli (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora