Capítulo 20

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Una tranquila canción de cuna flotaba en el aire, tranquila, suave, y se mezclaba con el dulce aroma que llenaba el ambiente. Pequeños, pero numerosos puntos de luz sobre el techo simulaban el cielo estrellado, otras más en forma de estrella esparcidas en las paredes otorgaban una tenue iluminación a la habitación y protegían a su pequeña de la oscuridad. El tiempo pasaba muy lentamente dentro de ese pequeño espacio y cada segundo se prolongaba lo que parecía ser una eternidad que Kei no podía percibir; una muy preciosa eternidad.

Toda su atención, cada uno de sus sentidos e incluso sus pensamientos pertenecían a la pequeña persona que dormía tranquilamente sobre la cuna, a esa dulce criatura, a su pequeña hija.

Estaba encantado con ella y no podía dejar de mirarla incluso aunque ya habían pasados tres meses desde que la tenía en casa. La amaba más cada día. Parecía mentira que estuviera realmente ahí, jamás imaginó que podría llegar a tener algo así, había perdido la esperanza hace mucho tiempo y parecía un sueño que pudiera contemplarla mientras dormía, abrazarla o llamarla por su nombre. Era tan pequeña, parecía tan frágil y le hacía sentir una inmensa ternura, tanta calidez y amor que a veces lo sentía desbordarse.

— Kei, llevas casi dos horas aquí dentro — Akiteru golpeó suavemente la puerta con los nudillos, esta, al estar entreabierta, se abrió lentamente permitiendo al rubio mayor observarlo parado junto a la cuna — Tu chocolate se va a enfriar.

— Solo un segundo ¿De acuerdo? Un segundo más.

A veces olvidaba que Akiteru seguía ahí, a veces olvidaba todo, pero no era algo que ocurriera a menudo, tampoco era una mala sensación. Le resultaba agradable tener la mente en blanco y solo sentir, sentir todo lo que ella provocaba. Descubrió una nueva clase de amor, uno que no lo arrastraba, que no le quemaba la piel o que volvía su mente un torbellino de ideas confusas; este amor era dulce, muy dulce y lo hacía sonreír y suspirar sin siquiera ser consciente de ello. Era felicidad y alegría.

Lo hacía soñar, sin embargo también tener los pies bien puestos sobre la tierra.

— Dulces sueños — susurró suavemente y depositó un corto beso sobre la frente de su pequeña; le acarició la manita, ella se agitó — Descansa.

La arropó, cuidó que el móvil estuviera firmemente sujeto a la cuna como hacia cada noche, le susurró lo mucho que la amaba y entonces salió, no sin antes dar un último vistazo y corroborar por tercera vez que el radio estuviera encendido. Algo curioso ocurría cada vez que salía, era demasiado consiente de la calidez que le calentaba el pecho, le hacía sonreír, su corazón palpitaba, sin embargo también ansiaba volver a verla.

Solo un segundo más y transformarlo en una eternidad.

— Lo estás haciendo bien — le felicitó el rubio mayor al tiempo que le tendía una humeante taza de chocolate caliente.

Kei la tomó y se sentó sobre el sofá, doblando las rodillas contra su pecho, se sentía un poco extraño volver a sentarse de ese modo o normalmente, antes tenía que probar con posiciones que no resultaran en dolor de espalda o cuello. Se sentía feliz de dejar atrás el tiempo en el que batallaba por encontrar una posición cómoda para dormir o era incapaz de agacharse sin verse ridículo, sin embargo también la echaba de menos. No demasiado, pero lo hacía.

Tomó un sorbo de su chocolate, afortunadamente aún seguía caliente. Suspiró, le gustaba como su hermano lo preparaba, tenía un toque especial — No se te da muy buen mentir, pero gracias.

Ruptura [Editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora