Capítulo 11

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Los labios del moreno se deslizaron con lentitud por la clavícula de Tsukishima, repartiendo pequeñas mordidas y besos húmedos que estremecían aquel cuerpo bajo el suyo y arrancaban gemidos de placer de aquellos ya rojizos labios. Lo tentaban. Lo enloquecían como nada. Eran delirio y locura. Sus manos bajaron por esa delicada cintura hasta la cadera y las del rubio subieron por el pecho contrario, percibiendo como sus músculos se tensaban bajo la caricia de sus manos. Erizándole la piel con cada tímido toque, calentándola. Estaba en llamas; su cuerpo era una hoguera cuyo fuego era alimentado por besos, susurros, caricias y lujuria.

— Esto está mal...

Sin embargo su cuerpo sentía con intensidad, se estremecía entre las sabanas con placer, y sus manos no detenían sus movimientos, se trasladaron a la espalda, arañando suavemente su camino por la columna vertebral hasta sus glúteos, sitio donde se anclaron, impulsando el suave vaivén de sus cuerpos. Rogando en silencio. Delatando su deseo ciego. Estaba borracho, ambos lo estaban.

Borrachos por algo más que el alcohol...por el deseo.

El moreno gimió, expulsando una ráfaga de aliento caliente, la piel del cuello del rubio se erizó, él suspiró dulcemente, estremeciéndose y estremeciéndolo al mismo tiempo — Lo sé... ¿Quieres que me detenga?

Era la verdad. Estaba mal, era irracional e incorrecto. Detenerse sería lo ideal, estaban a punto de cruzar un camino sin retorno...de cometer un terrible crimen, un pecado con el que irónicamente iban a alcanzar el cielo. Estaban yendo demasiado lejos, ambos lo supieron en el instante en el que escucharon la voz del otro a través del teléfono y fueron totalmente conscientes de ello cuando cambiaron el acogedor ambiente de aquella cafetería por la intimidad de un discreto bar y el agradable sabor del café por el dulce amargo del alcohol.

No era la ocasión más apropiada para una reunión; ambos llevaban una carga sobre hombros, una carga que, con la poca inhibición que el alcohol les confería, ahora mismo estaban descargando de la forma más errónea y placentera posible. Tenían que detenerse...aún estaban a tiempo de pararlo todo, sin embargo el deseo era más fuerte que ellos. Lo necesitaban, se necesitaban con locura, con desespero y toda la pasión que quemaba en sus cuerpos.

— No...no te detengas.

Con gentileza, el rubio rozó la frente contra la suya y cerró los ojos, escuchó su agitada respiración y el martilleo de su corazón golpeándole el pecho y lo descubrió ahí, en medio de cada violento latido, mezclándose en la dulzura de esa pesada respiración; una pasión tan ardiente como la suya. Sintió el choque entre el deseo y la voluntad, corrientes eléctricas atravesándole el cuerpo, gritando, quemando. Estaba a punto de saborear el dulce sabor del pecado, de cruzar un camino sin retorno. Estaba mal. Esto iba en contra de todo lo que creía, y aun así deseaba, sus dedos lo tocaban sin detenerse, descubriendo y redescubriendo al cuerpo que estuvo añorando en silencio por años.

— Mírame...— susurró al mismo tiempo que deslizaba una mano entre sus muslos, buscando su calor. Su razón había perdido la batalla, sin embargo esto era gloria — Tsukishima...mírame — un ardiente deseo le recorrió las venas, lo consumía lentamente, vibraba como euforia, estaba a punto de tomar lo prohibido, de ceder ante la tentación de la carne...lo quería, lo necesitaba, estaba enloqueciendo — Di mi nombre...mírame.

Ruptura [Editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora