XVII.

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—Ya lo sé

—¿Era necesario que te pusieras un traje tan ajustado? Te pronuncia tanto.

—Es el único traje de noche que tengo.

—Sin duda es uno de los días en que tú y tu agraciado banquero son la crème de la crème de la alta sociedad de Charlestón.

Louis cerró los ojos y se negó a contestar.

—¿No me lo discutes?

—No quiero pelearme contigo, Harry. No creo que tenga estómago para volver a hacerlo nunca más.

—¿No quieres pelearte conmigo?— le preguntó él riéndose.

—La gente cambia.

—No lo suficiente. Nunca se cambia lo bastante como para llevarse bien con otras personas. Por ejemplo, aquí me tienes a mí, vestido de pingüino, dispuesto a ir a un sitio en el que se supone que me voy a divertir con algo que no entiendo y que ni siquiera me gusta. Y eso no va a cambiar mi forma de ser. Yo no seré nunca un tipo elegante, no me cabe la menor duda, y lo he aceptado hace ya mucho tiempo.

—¿Y tu elegante mujer? ¿Y tu elegante pareja lo va a aceptar también? ¿Te va a querer con tu forma de ser?

—A lo mejor no. Pero es así como me va a tener que aguantar.

—¡Ah, maravilloso! ¡Algo completamente excitante para aquel!

Harry giró entonces la cabeza lentamente, la mirada que había en sus ojos era cálida y peligrosa.

—Algún día me vas a sacar de mis casillas...

Louis se volvió entonces a mirar por la ventanilla las luces de Phoenix. Harry aparcó cerca del teatro.

Había muchísima gente y Louis se quedó cerca de él para no perderse, sintiéndose además un poco nervioso al verse rodeado por tanta gente.

—¿Es que ya no te da miedo estar tan cerca de mí?— le preguntó Harry.

—Te tengo menos miedo a ti que a todos ésos— le contestó Louis. —No me gustan las multitudes.

Entonces Harry se paró en seco, mirándolo con ojos escrutadores.

—Pero a ti te gusta la cultura ¿no, querido?

El sarcasmo de su voz era evidente.

—También me gustan los hombres que cantan canciones de amor con voz profunda.

Harry pareció desconcertado durante un instante. Se volvió y le guió a través de la multitud con un cierto aire de confusión en el rostro.

Todo parecía ir mal.

Sus entradas eran para otro día, tal como le dijeron a Harry educada pero firmemente en la taquilla.

—¡Y un cuerno!— le dijo al hombre bajito que estaba en la puerta.

Entonces sonrió, y Louis supo que eso quería decir que iba a haber problemas.

—Escucha, muchacho, se suponía que eran para esta noche, así que ya que estoy aquí, me quedo.

—Por favor, señor, baje la voz— le suplicó nerviosamente el tipo bajito mirando a los lados.

—¿Qué la baje? ¡Nada de eso!— le gritó Harry. —Si lo que estás buscando son problemas, los va a tener.

Louis cerró los ojos. ¿Cómo se le ocurriría caer siempre en lo mismo y no aprender?

—Por favor entre, señor. Estoy seguro de que este malentendido ha sido culpa nuestra— dijo por fin el hombrecillo en voz alta y con una sonrisa forzada.

Keyframe [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora