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— Eres muy ansioso, Hayden — le había dicho una vez su madre, Maisie Teent. Y, en realidad, tiene razón. Hayden desde pequeño fue alguien bastante ansioso e impaciente.

Si le preguntasen cuándo fue que todo empezó a salirsele de las manos, respondería que fue a la edad de once años. Fue a esa edad cuando Hayden empezó a darse cuenta de cómo funcionaba el mundo, de cómo existían peligros en la calle, cómo ser alguien honesto y demás, entre ellos, los cánones de belleza.

Allí lo aprendió.

Ser delgado está bien.

Tener un cuerpo delgado y esbelto. Bello. Era un equivalente a lo bueno, a lo que estaba aceptado.

Al principio sólo eran pensamientos, pequeñas dudas que lo iban picando todos los días, pero luego se volvieron realidades para Hayden, mirándose en el espejo como si fuese lo más horrible del mundo, pellizcando su estómago para recordarse todo lo que no estaba bien en él. Todo lo que odiaba.

La ansiedad de Hayden no ayudaba en sus planes de adelgazar, sabía que no podría dejar de comer, por más que lo intentase, terminaba corriendo a la cocina para atragantarse de comida.

— Hijo, me preocupas, no estás comiendo muy bien últimamente, ¿tienes algo qué te esté molestando? — Preguntó con preocupación su otra madre, Emma Roller.

Sí, pensó.

— No.

Espejo | #02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora