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Hayden todavía no sabe a ciencia cierta qué fue lo que lo llevó a tener tal grado de ansiedad, hasta el punto de tener atracones de comida por ello.

Simplemente sentía ansiendad por muchas cosas, sin un motivo fijo.

Sentía que la única manera de saciar esa sensación era a través de la comida, como si fuese un consuelo. Un consuelo de todo lo que él odia. El consuelo que llenaba su vacío.

Hayden llegó a tal punto de bulimia que los huesos empezaban a marcarcele, no a tal punto como Louis, pero aún así se veía considerablemente flaco.
Al principio sus padres pensaron que se debía “al estirón” que se da en la preadolescencia, pero llegó un punto en el que empezaron a preocuparse. Emma y Maisie insistían en llevarlo al hospital, aunque sea para un control para estar seguros, pero Hayden se negaba.

Sabía que algo no estaba bien, lo supo desde que el primer pensamiento negativo sobre su cuerpo se instaló en su cabeza, pero nunca dijo nada. Y cuando quiso darse cuenta, ya se encontraba en un círculo visioso, que por más que intentase salir, no podía.

Todo llegó a tope cuando a los catorce, colapsó. Sus órganos estaban fallando, en especial el hígado y el estómago se encontraba dañado, al igual que su garganta por los piques de sus dedos, los cuales también estaban heridos.

Hayden vómito sangre y se asustó, sin embargo, fue hasta la tarde noche que se sintió desfallecer. Lo último que pudo escuchar fueron los gritos de preocupación de sus madres.

— Hayden, ¿qué no lo entiendes? Tu corazón falló, te moriste por unos minutos. — Hablaba Emma en lo que lo abrazaba.

— Dios, Hayden. Te amamos mucho, mucho. 

Miró la intravenosa que tenía conectada, pero empezó a dificultarcele seguir viéndola, ya que sus lágrimas nublaban su vista.

Y la salvación y odisea de Hayden empezó.

Espejo | #02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora