Cuando Lyeen salió del despacho se apoyó en la pared, cerró los ojos con fuerza e intentó creer que no era verdad, que estuviera oyendo música en ese instante. Era la primera vez que le pasaba, pero unas notas de piano resonaban desde el momento en que el doctor Caws le había dado la mano. No era capaz de reconocer la melodía, sólo sabía que era preciosa. Y qué decir, de lo que sintió al pronunciar su nombre: el sabor a menta fresca invadió por completo sus papilas gustativas.
Elliot no era el tipo de Lyeen en absoluto; si se lo hubiera cruzado por la calle, no se hubiera girado. Era muy alto y delgado, tenía el cabello castaño claro, con algunos matices pelirrojos y rubios. Su sonrisa le pareció tan sincera y pura como la misma agua. Lyeen no pudo evitar suspirar, pero acto seguido resopló porque las últimas palabras del doctor le hacían creer que no la iban a llamar.
Al salir del edificio vio a Trevor apoyado en una fuente:
—¿Qué te han dicho? —le preguntó siguiéndola para volver a casa.
—Qué me dirán algo —dijo Lyeen sin mirar a su hermano.
—¿Eso dicen? Seguro que no te llaman, eran unos estúpidos, ¡a mi no me aceptaron!
Lyeen se paró en ese momento y se giró para hablar a su hermano:
—Trevor. —Cerró los ojos con fuerza. Pensaba en gritarle, en decirle que era normal que no lo hubieran cogido a buenas a primeras. Pero a ella tampoco, así que no sería justo—. Volvamos a casa.
El barrio de Mission District se encontraba en el noreste de San Francisco. Los hermanos recorrieron la calle Mission, que al ser la principal, era incluso más amplia que las demás. Los edificios no eran muy altos, haciendo que el cielo fuera más visible. Lyeen siempre buscaba formas en las nubes en los días soleados. Amaba su barrio que brillaba lleno de vida: sus casas con alegres colores, sus muros repletos de pintadas. Al ver estos últimos, siempre se lamentaba por apenas tener tiempo de poder salir a hacer graffitis.
Al llegar a su calle, los ancianos eternos —apodados así por el padre de Lyeen—, estaban sentados en sus sillas tomando el fresco. Su ausencia en aquel lugar, sólo ocurría en los días de lluvia, cuando entonces, los podías encontrar en el centro comunitario.
El señor Dante se ajustó las gafas y entrecerró los ojos para mirarlos. Éstos no se pararon y él los siguió con la mirada.
—¿Cómo andamos, chicos?
—Estamos bien, gracias —dijo Lyeen tras regalarle una sonrisa.
—Saludad a vuestra mamá —dijo el señor Lorenzo, que era un hombre obeso y con un espeso bigote.
Tras despedirse, siguieron caminando hasta que llegaron al edificio donde vivían: era un bloque de pisos marrón y sencillo, que fue construido en la década de los setenta. Subieron las escaleras de piedra hasta la entrada de la peluquería, que ya estaba cerrada. Su hermana, Cristina, les esperaba dentro, mientras acababa de limpiar después de un dia que parecía haber sido ajetreado.
—¿Cómo ha ido? —les preguntó al verlos entrar.
—Qué le dirán algo —dijo Trevor estirándose.
—¿Tú también has ido? —Éste asintió con la cabeza—. ¿No deberías de haber ido a clase?
—Esto era más importante... —Trevor se cambió la gorra de lado y se encaminó a las escaleras.
—Sí, seguro. —Cristina apretó los labios—. Venga sube para arriba para comer y luego quiero que vayas a las clases de la tarde.
Trevor refunfuñó y subió las escaleras hasta casa. Cuando se marchó, Lyeen se acercó a su hermana y le dio un ligero abrazo.
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Tu Nombre me sabe a Menta
RomancePara Lyeen, las letras son colores, la música rayos de luz y, cuando pronuncia algunas palabras, puede notar su sabor. El nombre del doctor Elliot Caws le sabe a menta. Obra completa. Queda totalmente prohibida la copia o adaptación de esta obra.