2. Las bailarinas

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—Ya te he dicho que no es buena idea, Trevor. —Lyeen habló a su hermano mientras subían en el autobús de las tres y cuarto, que como siempre, estaba lleno—. Te van a descubrir y me harás perder la oportunidad de participar en el estudio.

—Vamos, Lyeen. Si nos sale bien, podremos ganar casi ocho mil dólares.

Trevor se hizo hueco entre dos hombres que llevaban aún el mono azul. Lyeen odiaba coger el autobús a esa hora, porque olía fatal y nadie abría nunca las ventanas.

—¡Tú no tienes sinestesia! —le reprendió por enésima vez.

—No, pero he vivido contigo toda la vida, así que puedo fingir perfectamente.

—¡No es lo mismo, idiota!

Odiaba que su hermano pequeño fuera tan testarudo y tan estúpido. Lyeen consiguió un hueco en el autobús y pudo sentarse. Tardarían más de una hora en llegar a la universidad que se encontraba bastante lejos de su barrio. Volvió a observar su ropa, un poco insegura aún por los que había escogido: una camisa blanca neutra y unos pantalones tejanos, combinados con unas bailarinas que le había dejado su hermana Cristina. Quería causar buena impresión y que la escogieran para el estudio. Pese a no ser su estilo y no sentirse cómoda, no le quedaba otra. Su familia necesitaba el dinero para poder pagar las altas facturas médicas. Y su maldito hermano iba a fastidiarlo. Como no se le ocurrieron más cosas que decirle para convencerlo, cerró los ojos y se apoyó en el frío cristal, para contemplar cómo el paisaje cambiaba: de los edificios pequeños y los murales llenos de graffitis, a grandes mansiones de piedra. Pensó que el césped, a medida que avanzaban hacia su destino, se volvía cada vez más verde.

La universidad era realmente impresionante. Observó todo a su alrededor, atenta a cada detalle. El verde prado con estudiantes sentados mientras charlaban y muchos senderos rodeados de bicicletas; la paz y la tranquilidad que se respiraba la dejaron boquiabierta.

—Parece que estemos en Hogwarts —dijo Trevor cuando pasaron por debajo de unos arcos de piedra—.¿Vas a invitar a Ron al baile? —Su hermano hizo un gesto de burla y puso una extraña voz.

Se paró enfrente de él:

—Déjalo ya. Vamos, Trevor, por favor déjame hacer esto sola, necesitamos el dinero. ¿Qué pasará si perdemos esta oportunidad? Debemos un montón de facturas. Trevor, por favor.

—Bueno...

Vio cómo las palabras de su hermano se volvían ráfagas naranjas y supo que lo había convencido.

Prosiguió su camino a través de un parque hasta que divisó la facultad. El edificio era cuadrado y blanco, con inmaculados cristales que cubrían la fachada. Tardó un rato en encontrar el área de neurobiología, pero la indicación de dos estudiantes la salvaron.

Sabía que llegar tarde daría mala imagen y eso debía salir bien. No sabía porque se sentía tan nerviosa, porque ella tenía sinestesia y no le debía ser difícil entrar en el programa. Se enteró después de que la señora Dolores lo leyera en una de las revistas de la peluquería; también supo que sólo una de cada dos mil personas la padecían. Pero ahora que volvió a leer sobre ella, decían que eran una de cada cien. Lyeen pensó entonces en que no bastaba con ser sinestésico, sino que habría un montón de personas con lo mismo y que escogerían al más adecuado. Así que ella se sentía como si fuera a una entrevista de trabajo y eso la ponía nerviosa.

—Busco el área de Neurobiología —le dijo al recepcionista.

—Primera planta.

El tono de su voz le provocó cosquillas detrás de las rodillas, por lo que se rascó con disimulo. Cuando el chico le señaló las escaleras, Lyeen cogió aire con fuerza y observó sus pies. Las bailarinas eran negras y tenían un pequeño lazo blanco. No se sentía cómoda y le hubiera gustado llevar su calzado deportivo. Soltó el aire y empezó a subir con energía.


***

¡Hola! Espero que estéis bien y como siempre, gracias por leer. n_n

Tu Nombre me sabe a MentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora