6. Un silencio atronador

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—Huele como a... como a algo realmente asqueroso. —Lyeen arrugó la nariz y levantó la mano de la muestra de tejido que el doctor Caws le tendió—. Como a basura.

—Está bien. —Él lo tecleó en su ordenador—. Ahora esta muestra de aquí.

—No siento nada. —Luego ella retiró las yemas de los dedos y se encogió de hombros.

—Bien. —Lo escribió rápido—. Ahora pasemos a otra cosa, necesito que te sientes aquí. —Lyeen se levantó y se puso en su sitio, enfrente del ordenador—. Esto es un test basado en tus resultados anteriores. —Elliot se colocó detrás de Lyeen para manejar el ratón y al acercarse, notó que ella se apartó nerviosa. Quiso mostrarse indiferente, por lo que no se movió ni un ápice y continuó—. Por la pantalla, pasarán diferentes imágenes y palabras, quiero que me digas si las recuerdas. ¿Lo has comprendido?

Lyeen tragó saliva y asintió con un leve movimiento de cabeza. La chica pudo recordar cada una de las palabras e imágenes sin ninguna dificultad y las nombró una a una, en el mismo orden.

—Vaya, magnífico —dijo Elliot y luego miró su reloj—. Queda media hora. Por hoy es todo, no pensé que acabaríamos tan pronto. —Se puso de pie—. Vamos, te invitaré a un café.

El silencio era atronador, pese a que la cafetería estaba llena de gente. Esto solía agobiar a Elliot, pero estos últimos días se sentía de buen humor. En realidad no debería de estar así, porque ahora su trabajo se había duplicado desde hacía una semana, pero trabajar con Lyeen era fácil y lo pasaba muy bien. Se encaminaron hasta la barra para pedir. Elliot se fijó en que Lyeen abrió mucho los ojos al ver la comida que estaba expuesta y sus precios. Pese a que, nunca había tenido problemas económicos, su abuelo —que por desgracia, sí lo hizo de pequeño— le enseñó a odiar este tipo de instituciones que abusaban de precios y se aprovechan sólo por tener un nombre. Él pidió un café solo y ella un té rojo. Cuando Elliot vio que Lyeen iba a pagar, sacó con celeridad la tarjeta de la universidad y se la tendió a la trabajadora.

—No te preocupes. —Le guiñó el ojo—. Lo paga la universidad.

—¿En serio? —le preguntó Lyeen de camino a una mesa— ¿Puedes pedir lo que quieras?

Él asintió con la cabeza y le apartó la silla para que ella se sentara.

—¿Sabes cuánto cuesta estudiar aquí? —Ella negó con la cabeza—. Para la universidad es como soltar calderilla, no les cuesta nada.

Lyeen lo miró seria y entrecerró los ojos:

—¿No te gusta trabajar aquí? —Elliot frunció el ceño, porque no entendía como lo había averiguado—. Es que lo vi en tus palabras, lo siento no quería...

—¿En mis palabras?

—Doctor Caws, me alegro encontrarlo. —La doctora Sienne se sentó enfrente y mostró su blanca sonrisa—. Necesito un listado de los aprobados de este semestre.

Ella ni siquiera se molestó en mirar a Lyeen, como si ella fuera un mueble, algo insignificante. Elliot soltó un resoplido y cerró los puños con fuerza. Cuando estaba apunto de reprender a Sienne por su mala educación, otra voz los interrumpió:

—Buenos días a todos. —Peter, su ayudante, hizo acto de presencia—. Doctor Caws, me alegro de verlo. —Se sentó demasiado cerca para el gusto de Elliot.

—Disculpa, Peter, pero nos has interrumpido —dijo la doctora Hudson. «Como tú ahora», pensó Elliot—. ¿No tienes clases?

—No. —Luego la ignoró y colocó una mano sobre su antebrazo, sólo un breve instante, pero a Elliot le pareció un poco extraño—. Doctor, quería decirle que he leído su último trabajo sobre la correlación genética entre los trastornos psiquiátricos y me ha parecido extraordinario. —Elliot se sintió incómodo, y de reojo se fijó en que a Lyeen se le escapaba una sonrisa—. Bueno, como todo lo que usted hace.

—¿Para eso has venido?¿A dorarle la píldora? —dijo la doctora Hudson, con su permanente sonrisa.

Peter se giró molesto hacia ella.

—Solo digo verdades. —Se apoyó en la mesa—. Lamento que sus artículos no sean tanto de mi agrado.

Ambos empezaron a discutir, a tirarse pullas y críticas. Elliot sintió que la situación era ignominiosa y miró a Lyeen, pero ella se mostró divertida, como si estuviera viendo una película. Ella por fin lo miró y ambos se aguantaron la risa. En ese instante, Elliot sólo supo que quería escaparse con ella; y la idea, que le pasó como un rayo, hizo que sin pensarlo, le hiciera un breve gesto con la cabeza para que lo siguiera. Ambos se levantaron de la mesa y dieron un pasos discretos. Ellos no se dieron ni cuenta, y cuando estuvieron un poco más lejos, aceleraron el paso hasta arrancar a correr.

Cuando llegaron fuera, se apoyaron en la pared, y libres se partieron de risa, intentando recuperar el aliento.

—¿Es así todos los días? —preguntó Lyeen.

—Es peor. —Elliot sonrió y apoyó la cabeza en la pared para mirarla.

—¿Por qué no lo dejas?

A Elliot le sorprendió la naturalidad y la sinceridad de su pregunta. Se quedó serio y luego se acercó a un banco cercano y ambos se sentaron.

—Me encanta dar clases, pero el resto...

Cerró los ojos con fuerza y pensó en su abuelo, en el recuerdo de sus cosas. Había tenido opciones de trabajar en otras universidades con mejores facultades de Neurología, como el MIT o la universidad de Yale. Pero para Elliot, dar ese paso le dolía, no se quería alejar aún. Notó como ella le agarró la mano sólo unos cuatro segundos, porque el teléfono de Lyeen empezó a vibrar.

—Lo siento mucho tengo que irme. —Ella se puso de pie en un instante—. Podemos hablar otro día si te apetece. Tal vez fuera de aquí.

Él asintió y se despidió con un rápido gesto con la mano. Luego se quedó mirando como Lyeen se iba corriendo. Elliot soltó un largo suspiro, al darse cuenta que había estado a punto de abrirse con una completa desconocida. Se sintió desconcertado y pensó que ella era capaz de combatir su realidad y tal vez ganar la batalla.

***

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