27. Contigo

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—¡Despertad, gandules! —Elliot abrió los ojos—. ¡El sol está a punto de salir y os lo vais a perder!

Los gritos de Summer desde el exterior se alejaron y Elliot se giró para mirar a Lyeen que dormía tranquila. Él no había podido pegar ojo en toda la noche, porque, pese haberle dicho que quedara con Tyler para ayudar a su hermano, por dentro se moría porque no lo hiciera. «Pero no puedo pedirle eso, ella no le fallaría a su familia», pensó mientras atraía su cuerpo desnudo más al suyo, para absorber el aroma de su cabello. «Tal vez estos días de verano, pueda hacer que se enamore de mí».

—Lyeen —le susurró—. ¿Quieres ver el amanecer?

Ella negó con la cabeza y, sin abrir los ojos, buscó sus labios para besarlos. Ella se arrimó más a él; su piel, su tacto, todo su ser le provocaron una erección. Cuando Lyeen lo notó, sonrió y lo besó con más intensidad. Rodeó con su piernas su cuerpo, así que Elliot pasó la mano por caderas desnudas con demora y cariño. La apartó para contemplarla desnuda; su piel aceitunada, sus pechos, su ombligo, todo le parecía sumamente perfecto. Se podría quedar admirando su cuerpo durante un millón de años. Elliot besó y lamió cada rincón y parte de ella, bebiendo de su néctar. Los gemidos que le proporcionaban le hacían desearla más y más. Hicieron el amor mientras los primeros rayos naranjas comenzaron a entrar por la ventana. Elliot apartó el cabello de Lyeen para admirarla con esa luz, mientras se perdía y se encontraba dentro de ella.





—¿Cuál es el plan de hoy? —preguntó Lyeen en el desayuno. La señora Matts a parte de limpiar también decidió llenarle la nevera.

—Pues, espero que no me mates, pero tengo que trabajar.

—¿En serio?

Elliot asintió porque, pese a terminar el semestre, continuaba escribiendo artículos y haciendo estudios. Nunca se había demorado con nada, pero cuando estaba cerca de Lyeen, las cosas no funcionaban de la misma manera.

—Será sólo unas horas por la mañana, te lo prometo. —Le dio un sorbo a su café—. Luego iremos a un sitio que he pensado.

—Está bien. —Le acercó un plato con una tostada—. Te perdono si comes algo.

—Vale —le dijo con su sonrisa.

Elliot sacó el portátil y se puso a trabajar. Lyeen decidió salir a correr por la playa y se despidió de él con un beso.

—Volveré enseguida —le dijo—. Por cierto, me gustas mucho con gafas. —Lo besó de nuevo y salió.

Pensó lo maravilloso que sería levantarse con ella todos los días de su vida. Continuó con su estudio sobre la esclerosis múltiple y sobre los últimos avances. Cuando se metía a ello, lo demás se le hacía ajeno. Una vez que terminó, miró la hora y vio que eran las doce pasadas, pero Lyeen no había vuelto aún. Cerró la tapa del ordenador y se quitó las gafas. Salió al jardín y el calor del mar lo invadió. Oyó la voz de Lyeen junto con la de Summer. «Como no», pensó acercándose al jardín de su vecina con las manos en los bolsillos.

—¡Hola! —dijo Summer al verlo— Debería darte vergüenza, traer a tu novia de vacaciones y ponerte a trabajar.

—Ya he terminado. —Se sentó con ellas y le robó un beso a Lyeen—. Decidme, ¿de qué habláis? —Las dos chicas se miraron y empezaron a reírse—. ¿Qué?

—Hablábamos de ti —dijo Summer—. Lyeen se moría por saber cómo eras de adolescente, así que le expliqué esa vez que te pillaron robando dulces en la tienda del señor Robinson.

Tu Nombre me sabe a MentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora