9. El remoto sonido de un piano

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—Quiero que practiquéis la defensa —dijo Lyeen con los brazos en jarras—. En parejas, por favor. —Se fijó en que nadie quería ponerse con Markus Washington—. Justin, colócate con Markus.

El niño, reticente, se acercó al otro y se puso en posición de defensa. Estaba contenta de ver a Markus de nuevo, pero él cada vez parecía más enfadado, más amargo.

Lyeen miró cómo los niños jugaban, hasta que oyó el remoto sonido de unas notas de un piano. Miró a su alrededor pero todo le pareció igual. Luego observó la puerta sin saber porque, hasta que esta se abrió y apareció el doctor Caws.

Aunque ella quiso parecer indiferente —o por lo menos lo menor nerviosa posible— no pudo apartar la mirada de él, y zarandeó sus piernas sin parar. Se fijó en que vestía igual que el resto de días: una camisa azul, pantalones negros de vestir y unos elegantes zapatos. Cuando llegó, le regaló una sonrisa y se puso a su lado.

—Hola —dijo cruzándose de brazos. Lyeen lo miró con el ceño fruncido e inclinó la cabeza—. Sólo pasaba por aquí...

No pudo evitar reírse y al momento se sintió perdida en sus ojos verdes, como si la pudieran llevaran a un mundo sin fin.

—¡Au! ¡Qué daño!

Se dio la vuelta y vio a Justin en el suelo. Markus estaba muy serio, apretando los puños; luego este salió corriendo.

—¿Puedes encargarte? —Le pidió a Elliot que asintió al momento.

Salió corriendo a por Markus, que había entrado en los vestuarios. El olor a cloro le provocó sensación de tranquilidad. Cuando por fin lo encontró, vio que estaba llorando.

—Markus. —Se puso de rodillas delante de él—. ¿Qué ha pasado?

—Por... por favor, no me... no me grites tú también... —Se frotó los ojos con fuerza.

—Ey. —Le sostuvo de la cara y le sonrió—. No voy a gritarte, te lo prometo.

El pequeño pareció más tranquilo y asintió sorbiendo los mocos. Lyeen le limpió la cara con las yemas de los dedos y se sentó a su lado, para esperar que hablara.

—Me dijo que —se pronunció al fin—...dijo que mi madre era una zorra.

—¿Justin dijo eso? —Se extrañó, porque le parecía un chico bastante inofensivo.

—¿Lo ves? Tú tampoco me crees. —Se levantó del banco, pero ella le agarró del brazo con cuidado.

—Claro que te creo, Markus. —Él se giró y la miró triste—. Puedes confiar en mí.

—Es que... —Miró sus zapatillas, que eran negras y estaban un poco desgastadas—. El nuevo novio de mi madre...

—¡Markus! ¡Markus! —Una voz estridente lo interrumpió y el niño puso los ojos como platos.

Su madre, que tenía unos veinticinco años, abrió la puerta y los miró con soberbia. Sus enormes aros dorados, se movieron al compás del vaivén de su cabeza.

—Markus, nos vamos. —Miró a su hijo que no se movió—. ¿Has oído?

—La clase no termina hasta de aquí diez minutos —dijo poniéndose de pie.

Ella observó al niño con los ojos muy abiertos:

—¿Qué le has contado? —Le cogió del brazo y lo arrastró hacia ella.

—No me ha contado nada —dijo Lyeen desesperada—. Por favor, no lo trate así...

—¿Por qué no te metes en tus asuntos? —dijo la señora Washington— O tendré que contarles a los demás padres que dejas a sus hijos con un desconocido.

Tuvo que ver cómo se llevaban a Markus, que le lanzó una última mirada de pánico. Cuando la puerta se cerró, Lyeen se apenó por haberle fallado.

Cuando salió, se encontró con que el entrenamiento continuaba bajo las directrices de Elliot.

—Vaya, no sabía que habías sido entrenador —dijo ella balanceando la cabeza.

—Que va —le contestó— pero he jugado al NBA de la Playstation—. Sólo les pido lo mismo que cuando entreno a mi equipo.

—Vaya. —Se le escapó una triste sonrisa—. ¿Justin está mejor?

—Ya ves. —Ambos miraron al chico que jugaba alegre—. ¿Estás bien? —Lyeen se encogió de hombros—. ¿Puedo preguntarte algo? —Ella asintió—. ¿Por qué no has ayudado al niño herido?

Sin dar respuesta, miró su reloj e hizo sonar el silbato:

—Bien, chicos por hoy es suficiente. ¡Buen trabajo!

Los niños se despidieron y salieron como balas de la pista. Ella empezó a recoger los balones y Elliot la ayudó.

—¿Crees que no he ayudado al niño herido? —Lo miró seria—. Deberías analizar la situación de nuevo.

—¿Analizar la situación de nuevo? Yo sólo sé que un abusón ha empujado y ha herido a un compañero.

—¿Sabes qué es lo que yo he visto? He visto como un niño de diez años, que se siente solo y vulnerable, ha empujado a otro para soltar su rabia. —Se le formó un nudo en la garganta—. Porque hay algo que no le va bien en casa, alguien le está haciendo daño, doctor Caws. ¿Y sabe qué? —Se acercó un poco más—. Yo no puedo hacer nada. Sólo me puedo sentar a esperar y ver como Markus deja de venir del todo, perdiendo lo único que parece gustarle.

Soltó aire de tal manera, que pareció que se le escapaba el alma. Elliot tenía la mirada puesta en el suelo.

—Lo siento...

—No pasa nada. —Le sonrió levemente—. Dime, ¿para qué habías venido?

—Oh, verás yo... te he traído algo... —Del bolsillo extrajo un USB.

—Vaya. —Se fijó y vio que tenía forma de cocodrilo.

—Está lleno de audiolibros de las novelas que le gustan a tu madre. —Pensó que nadie había tenido un detalle así con ella—. Creí que así te sería más llevadero.

Lyeen se quedó mirando el cocodrilo ensimismada, como si en los ojos saltones hubiera alguna respuesta. Llevaban semanas hablando todas las noches, pero Elliot no se abrió con ella. Sólo sabía que pasaba tiempo con tres amigos —de quienes tuvo que sonsacar los nombres—, y que vivía solo en el apartamento que le dejó su abuelo. Elliot no le habló de él, pero notó que le tenía mucho cariño. Cuando el doctor hablaba, era sobre trabajo o sobre las cosas que le pasaban con sus amigos.

—Es una tontería, ¿verdad? —preguntó Elliot después de unos segundos.

—Lyeen. —La puerta se abrió y el señor Patterson se asomó por ella—. Necesitamos despejar la pista para la clase de salsa.

—Sí, perdona, enseguida. —Salió de su ensimismamiento, se guardó la memoria en el bolsillo y continuó recogiendo. Se fijó en que el doctor Caws no le quitó la vista de encima.

Sin decir nada salieron fuera, donde un radiante sol cubría aún el barrio.

—Pues... te acompaño a casa si quieres —propuso Elliot.

Lyeen asintió y empezó a caminar, dejando que él la siguiera. Decidió que apenas diría nada porque esperaba que tal vez así, le hablara con el corazón.


***

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