Capítulo 22 | De Regreso a la Rutina

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A mitad de la manzana, abrió la puerta de una cafetería, pero estaban poniendo una de aquellas canciones que Julia y ella habían escuchado en muchos sitios.

Dejó que la puerta se volviese a cerrar y siguió su camino.

La música estaba viva, pero el mundo había muerto.

Y la canción también moriría algún día, pensó, ¿pero cómo iba a volver el mundo a la vida?, ¿cómo iba a volver con toda su sal?

Fue andando hasta el hotel.

En su habitación, humedeció una toalla con agua fría y se la puso sobre los ojos.

La habitación estaba helada, así que se quitó el vestido y los zapatos y se metió en la cama.

Desde fuera, una voz chillona, ahuecada por el espacio vacío gritó:

¡Diario Spletny!

Luego hubo silencio y ella se esforzó por dormirse mientras el cansancio
empezaba a aturdirla muy mal, como una borrachera.

Se oían voces en el pasillo hablando de un equipaje mal colocado, y la abrumó una sensación de futilidad
mientras estaba allí tumbada, con la toalla húmeda sobre los ojos hinchados, oliendo levemente a medicina.

Las voces discutían y ella sintió que la abandonaba el valor, y luego la voluntad.

Aterrorizada, intentó pensar en el mundo exterior, en Artem, en la
señora Sedokova, en sr. Hrunov, en la señora Zakirova y en su propio apartamento de Moscu.

Pero su mente se negó a reconocerlo o a renunciar.

En ese momento su mente se encontraba en el mismo estado que su corazón y se negaba a renunciar a Julia.

Los rostros se agitaron en su mente como las voces de fuera.

También estaban los rostros de la hermana del internado y de su madre.

Y el último dormitorio que había tenido en el colegio.

La mañana en la que se había
deslizado fuera del dormitorio, muy temprano, y había corrido por los prados como un animalito enloquecido por la primavera.

Había tardado unos minutos en darse cuenta de que la hermana Alexa intentaba dar caza a un pollo que se había escapado.

También se le apareció la casa de un amigo de su madre, cuando ella intentaba tomar un trozo de pastel y se le cayó el plato al suelo.

Su madre la abofeteó.

Recordó también el cuadro que había a la entrada del colegio, que ahora respiraba y se movía como Julia,
burlándose de ella cruelmente y destruyéndola, como si se hubiera cumplido cierto propósito eterno y demoníaco.

Su cuerpo se tensó con horror mientras la conversación seguía y seguía en el vestíbulo del hotel en medio de su inconsciencia, cayendo en sus oídos con la agudeza y la estridencia del hielo al romperse en un charco.

—¿Qué dice que ha hecho…?

—No…

—Si fuera así, la maleta estaría abajo, en el cuarto de equipajes.

—Sí, pero ya le he dicho…

—Muy bien, si usted me hace perder la maleta, usted perderá su trabajo.

Su mente atribuía significado a las frases de una en una, como si fuera un traductor lento y se perdiera el final.

Se sentó en la cama, con los restos de una pesadilla aún en la cabeza.

El Precio de la MúsicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora