Capítulo 21 | Mi Vida Sin Ti

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Andrey Pushkin, Andy para sus amigos, vivía en una habitación de detrás de la casa, y era uno de los más antiguos inquilinos de la señora Shureva.

Tenía cuarenta y cinco años, era nativo de San Peter y más burgués que nadie que Lena hubiera conocido en la ciudad.

Este hecho orillo a Lena a evitarlo.

A menudo le pedía a Lena que fuese al cine con él, pero ella sólo aceptó una vez.

Estaba inquieta y prefería vagar sola, casi siempre mirando y pensando, porque los días eran demasiado fríos y ventosos para salir a dibujar fuera.

Y los paisajes que le habían gustado al principio se habían desgastado demasiado de tanto mirarlos y esperar.

Lena iba a la biblioteca casi todas las tardes, se sentaba a una de las largas mesas y miraba una media docena de libros, y luego volvía a casa haciendo un recorrido serpenteante.

Volvía a la casa, pero al cabo de un rato salía otra vez a la calle a vagar,
tensándose contra el errático viento, o frecuentando calles que aún no conocía.

En las ventanas iluminadas veía una chica sentada al piano, o un hombre riéndose, o una mujer cosiendo.

Luego se acordaba de que aún no podía llamar a Julia, se confesaba
a sí misma que ni siquiera sabía lo que estaba haciendo Julia en aquel momento, y se sentía más vacía que el mismo viento.

Intuía que Julia no se lo contaba todo en las cartas, que no le contaba lo peor.

En la biblioteca, estuvo mirando unos libros de fotografías de España, con fuentes de mármol en Montjuic o ruinas griegas bajo la puesta de sol, y se preguntó si Julia y ella irían realmente allí alguna vez.

Había tantas cosas que aún no habían hecho juntas…

El primer viaje a través del pacifico.

O simplemente las mañanas en alguna parte, levantar la cabeza de la almohada y ver el rostro de Julia, saber que el día era suyo y que nada podría separarlas.

En el oscuro escaparate de una tienda de antigüedades de una calle en la que nunca había estado hasta entonces, encontró un objeto tan hermoso que traspasaba a un tiempo los ojos y el corazón.

Lena lo contempló, sintiendo que mitigaba un anhelo olvidado y sin nombre.

Casi toda su superficie de porcelana estaba pintada con pequeños rombos de esmalte da color brillante, azul cobalto, rojo intenso y verde, cubierto de oro forjado que brillaba como encajes de seda incluso bajo la fina capa de polvo.

En el borde había un anillo de oro que hacía las veces de asa.

Era la base que sujetaba una especie de ave romantica.

¿Quién lo habría hecho?, se preguntó, ¿y para quién?

A la mañana siguiente volvió y lo compró para regalárselo a Julia.

Aquella mañana había llegado una carta de Sash de vuelta desde Kaliningrado.

Lena se sentó en uno de los bancos de piedra que había en la calle de la
biblioteca, y la abrió.

Tenía el membrete de una empresa: Compañía distribuidora de alimentos Kuzma.

Frutas, verduras, congelados…

El nombre de Sash estaba inscrito arriba como director general de la sucursal de Kalin.

Querida Lena:

El Precio de la MúsicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora