—Y ahora piensa un deseo
Le dijo Sash.
Lena lo pensó.
Pensó en Julia.
Sash tenía las manos apoyadas en los brazos de Lena.
Estaban de pie, bajo algo que parecía una luna en cuarto creciente y llena de adornos, o un trozo de estrella de mar, y que colgaba del techo de la entrada.
Era horrorosa, pero la familia Kuzma le atribuía unos poderes casi mágicos y la colgaban allí en ocasiones especiales.
El abuelo de Sash la había traído de Ucrania.
—¿Qué has pedido?
Le sonreía de manera posesiva.
Aquélla era su casa y él acababa de besarla, aunque la puerta que daba al salón estaba abierta y el salón lleno de gente.
—No se puede decir.
—En Ucrania, sí.
—Pero no estamos en Ucrania.
De repente, la radio subió de volumen.
Unas voces entonaban un villancico.
Lena se bebió el resto de ponche rosado que le quedaba en el vaso.
—Me gustaría subir a tu habitación.
Sash la tomó de la mano y empezaron a subir la escalera.
—¡Sash!
Su tía, que fumaba en una pipa, le llamó desde la puerta del salón.
Sash dijo algo que Lena no entendió y le hizo una seña a su tía con la mano.
Aun en el primer piso, la casa temblaba con el loco baile de abajo, un baile que no seguía en absoluto el ritmo de la música.
Lens oyó caer otro vaso y se imaginó el rosado y espumoso ponche esparciéndose por el suelo.
Sash le dijo que aquello era muy moderado comparado con las auténticas navidades rusas que celebraban durante la primera semana de enero.
Le sonrió mientras cerraba la puerta de su habitación.
—Me gusta mucho el jersey.
—Me alegro.
Lena se recogió la falda y se sentó en el borde de la cama de él.
El grueso jersey noruego que le había regalado a Sash estaba detrás de ella, junto al envoltorio de papel de seda.
Sash le había regalado una falda de una tienda hindú, una falda larga y bordada, con bandas verdes y doradas.
Era preciosa, pero Lena no sabía cuándo iba a poder ponérsela.
—¿Te apetece un trago de verdad? Lo que beben abajo es repugnante.
Sash sacó una botella de whisky de la parte de abajo del armario.
—No, gracias
Le dijo Lena negando con la cabeza.
—Te sentaría bien.
Volvió a negar con la cabeza.
Miró el cuarto de techos altos, casi cuadrado, el papel de la pared estampado con descoloridas rosas, y las dos tranquilas ventanas, cubiertas con unas cortinas de muselina blanca que amarilleaban un poco.
Desde la puerta, había dos pálidos rastros sobre la alfombra verde, uno hacia el escritorio y otro hacia la mesa de la esquina.
El bote con los pinceles y la carpeta que había en el suelo, junto a la mesa, eran los dos únicos signos de que Sash pintaba.
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El Precio de la Música
Fiksi PenggemarLa historia esta basada en hechos reales, transcrito del libro y película...