Capitulo 25: El azul que hipnotiza.

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Capitulo 25: El azul que hipnotiza.



Como Sean había dicho, yo debía de enfrentar mis miedos. Pero esa mañana cuando me levanté busqué todas las excusas para no ir, aunque al final acabamos yendo en su auto hacia la playa, prueba de que ningunas de mis excusas había funcionado.

Miraba por la ventana cuando me dijo:

—No suelen ir muchas personas para la parte de la playa donde te voy a llevar. Por las olas.

Cuando nos apeamos, y nos dirigimos hacia la arena, vi como las olas rompían en la orilla volviéndose blancas y el olor a sal llenaba mis fosas nasales. Me quedé parada allí observando, literalmente con la boca abierta. El mar era mucho más inmenso de lo que había imaginado.

—Sean —susurré—. Tengo miedo. —Terminé de decir en voz baja con mi mirada aun puesta en las olas que venían, y después se devolvían arrastradas por el mar.

Pero yo no quise decir miedo al mar. En realidad tenía miedo de que me capturaran de nuevo y de no poder ser libre otra vez. De volver a estar encerrada en un espacio tan pequeño en este mundo tan grande.

—No voy a despegarme de ti ni un segundo —dijo y beso mi frente—, es más, no vamos a entrar. No trajimos ropa para bañarnos.

Yo asentí mientras dejaba de mirar a las olas y lo miraba a él.

Llegamos a la orilla y cuando el agua tocó mis pies grité y me acerqué a Sean. —¡Esta fría!

—El invierno está más o menos aquí ya —Frotó sus manos.

Yo me volví a alejar de él para tocar la arena mojada. Cuando la tomaba se moldeaba en mis manos, como barro, pero cuando la lanzaba al aire, se desmoronaba, y caía otra vez al suelo, era la gravedad, eso lo sabía. También, si hacia una pequeña montaña, no pasaba ni un segundo para que una ola se la llevase. Cuando las olas regresaban al mar, mis pies se hundían en la arena, y sentía como si el mar me halaba hacia dentro.

Tomé un puñado y la tiré hacia arriba otra vez. Me volví a bajar y volteé mi cabeza porque me acordé de Sean. Estaba mirándome. En silencio. Eso me puso a pensar en que había estado ahí todo ese tiempo viéndome jugar con la arena como una niña de tres años y eso me hizo sentir algo tonta.

Así que en vez de volverla a lanzar hacia arriba, se la enseñé, y le dije:

—Pesa más porque esta mojada.

—¿Quieres ver como desaparece de tus manos sin darte cuenta?

—Eh... si... ¿Por qué no? —respondí sin saber cómo lo haría. Mi cara hizo una mueca de confusión.

Sean caminó hacia mí y en seguida supe que iba a hacer. Así que empecé a correr hacia la derecha pero la arena hundía mis pies y no podía alejarme de él. Además de que él era notoriamente más rápido que yo. Cuando me alzó agarrándome por la cintura yo ya estaba tratando de gritar mientras reía histérica. Sean entró al mar conmigo en sus brazos, y lo único que supe hacer fue pegarme a él.

El agua estaba helada y por segundos pensé que iba a morir ahogada —la peor de las muertes—, o de hipotermia.

Una ola nos cubrió, terminándome de empapar. Ya había dejado de reírme y estaba muy preocupada pensando en que moriría, cuando de pronto escuché a Sean reírse muy alto mientras me sostenía.

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