Capitulo 8

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—Ese es el señor D —me susurró Grover—, el director del campamento. Sé cortés. La chica es Annabeth Chase; sólo es campista, pero lleva más tiempo aquí que ningún otro.
Y ya conoces a Quirón.

—Me señaló al señor que estaba de espaldas a mí.
Reparé en que iba en silla de ruedas y luego reconocí la chaqueta de tweed, el pelo castaño y ralo, la
barba espesa...
— ¡Papá! —exclamé.

—Ah, Percy Elizabeth, qué bien —dijo—. Ya somos cuatro para el pinacle.
Me ofreció una silla a la izquierda del señor D, que nos miró con los ojos inyectados en sangre y soltó un
resoplido.

—Bueno, supongo que tendré que decirlo: bienvenidos al Campamento Mestizo. Ya está. Ahora no esperen que me alegrare de verlos
—Vaya, gracias.
—Me aparté un poco de él

— ¿Annabeth? —llamó Papa a la chica rubia, y nos presentó—. Annabeth cuidó de los dos mientras estaban enfermos.

Annabeth, querida, ¿por qué no vas a ver si está lista la litera de
Percy y Elizabeth? De momento los pondremos en la cabaña once, Eli, ¿porque no la acompañas?
Asentí con la cabeza —Claro, Quirón —contestó Annabeth.

Aquélla chica aparentaba mi edad, medio palmo más baja, y su aspecto era más atlético.
Más morena y con el pelo rizado y rubio, era casi exactamente lo que yo consideraba la típica chica
californiana.
Pero lo más

Llamativo eran sus ojos: eran de un gris tormenta; bonitos, pero también intimidantes, como si estuviera analizando la mejor manera de tumbarte en una pelea.

Cuando pasamos al lado de Percy ella dijo;
—Cuando duermes babeas.
Y salió corriendo hacia el campo, con el pelo suelto ondeando a su espalda.
—tienes saliva seca en la cara Percy
Y salí corriendo para alcanzar a Annabeth

— EH... Annabeth? Me podrías decir que es este lugar.
— Claro este es el campamento mestizo, un lugar seguro para los semi-dioses
— Pero ¿Qué estoy haciendo aquí?
—Elizabeth, ¿es que tu madre no te contó nada? —preguntó.
—Yo...yo asé tiempo escape de casa.
—Oh — ella me miro un poco rara, lastima, empatía, pena, la verdad no lo pude descifrar — lo siento, Elizabeth.

—Bien mira tú eres un semi-dios, eres hija de alguno de dioses griegos
—Espera —le dije a Annabeth—. ¿Me estás diciendo que existe un ser llamado Dios?

—Bueno, veamos —repuso Annabeth—. Dios, con D mayúscula, Dios... En fin, eso es otra cuestión.
No vamos a entrar en lo metafísico.
— ¿Lo metafísico? Pero si acabas de decir que...
—He dicho dioses, en plural. Me refería a seres extraordinarios que controlan las fuerzas de la naturaleza y los comportamientos humanos: los dioses inmortales del Olimpo.
—Zeus —dije—, Hera, Apolo... ¿Se refiere a ésos?
Y allí estaba: un trueno lejano en un día sin nubes.

—Shh —intervino Annabeth—, yo de ti me plantearía dejar de decir esos nombres tan a la ligera.
— Pero eso no es posible— ¡oh vamos! Acabas de ver a un dios en la cabaña, el señor D es el dios del vino. —Me quede helada— ¿es un dios?
—Sí,

— ¿Un dios? ¿Él es Dioniso?
Ella se rió un poco— bueno. A simple vista no lo parece verdad? Pero si, él es Dioniso Lo han... bueno, castigado, supongo que dirías tú, y no soporta tener que esperar un siglo más para que le permitan volver al Olimpo.

—El monte Olimpo —dije—. ¿Me está diciendo que realmente hay un palacio allí arriba?
—Veamos, está el monte Olimpo en Grecia. Y está el hogar de los dioses, el punto de convergencia de
sus poderes, que de hecho antes estaba en el monte Olimpo. Se le sigue llamando monte Olimpo por respeto, pero el palacio se mueve, Eli, como los dioses.

Elizabeth y El Ladron Del RayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora