Capítulo 22

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P.O.V. Percy

Es curioso cómo los humanos ajustan la mente a su versión de la realidad. Quirón ya me lo había dicho hacía mucho. Como de costumbre, en su momento no aprecié su sabiduría.

Según los noticiarios de Los Ángeles, la explosión en la playa de Santa Mónica había sido provocada por un secuestrador loco al disparar con una escopeta contra un coche de policía.

El secuestrador, alias Ares, era el mismo hombre que nos había raptado a mí y a otros dos adolescentes en Nueva York y nos había arrastrado por todo el país en una aterradora odisea de diez días.

Después de todo, el pobrecito Percy Jackson no era un criminal internacional.

El psicópata había provocado la explosión en el arco de San Luis; ningún chaval habría podido hacer algo así. Una camarera de Denver había visto al hombre amenazar a sus secuestrados delante de su restaurante, había pedido a un amigo que tomara una foto y lo había notificado a la policía.

Al final, el valiente Percy Jackson se había hecho con un arma de su captor en Los Ángeles y se había enfrentado a él en la playa. La policía había llegado a tiempo.

Pero en la espectacular explosión cinco coches de policía habían resultado destruidos y el secuestrador había huido.

No había habido bajas. Percy Jackson y sus dos amigas estaban a salvo bajo custodia policial.

Fueron los periodistas quienes nos proporcionaron la historia. Nosotros nos limitamos a asentir, llorosos y cansados (lo cual no fue difícil en el casó de Elizabeth su aura ya no estaba y se empezaba a ver agotada), y representamos los papeles de víctimas ante las cámaras.

—Lo único que quiero —dije tragándome las lagrimas —, es volver con mi querido padrastro. Cada vez que lo veía en la tele llamándome delincuente juvenil, algo me decía que todo terminaría bien. Y sé que querrá recompensar a todas las personas de esta bonita ciudad de Los Ángeles con un electrodoméstico gratis de su tienda. Éste es su número de teléfono.

La policía y los periodistas, conmovidos, recolectaron dinero para tres billetes en el siguiente vuelo a Nueva York. No tenía otra elección que volar, así que confié en que Zeus aflojara un poco, dadas las circunstancias. Pero aun así me costó subir al avión.

El despegue fue una pesadilla. Las turbulencias daban más miedo que los dioses griegos. No solté la mano de Elizabeth hasta que aterrizamos sin problemas en La Guardia.

La prensa local nos esperaba fuera, pero conseguimos evitarlos gracias a Annabeth, que los engañó gritándoles con la gorra de los Yankees puesta:

«¡Están allí, junto al helado de yogur! ¡Vamos!»

Y después volvió con nosotros a recoger el equipaje.

Nos separamos en la parada de taxis. Les dije a las chicas que volvieran al Campamento Mestizo e informaran a Quirón de lo que había pasado.

Ambas protestaron, la única que accedió fue Annabeth y fue muy duro verla marchar después de todo lo que habíamos pasado juntos.

Si las cosas iban mal, si los dioses no me creían… quería que Annabeth y Elizabeth sobrevivieran para contarle la verdad a Quirón, pero Elizabeth decidió quedarse conmigo.

Subimos a un taxi y me encaminé a Manhattan.

—¿Te sientes bien Eli? —Le pregunte viendo que estaba un poco pálida.

—Si, estoy bien Percy solo comeré un poco de ambrosía y como nueva —Dijo con una media sonrisa.

Treinta minutos más tarde entrábamos en el vestíbulo del edificio Empire State y Elizabeth se veía mucho mejor, pero aun así nuestra ropa era un desastre.

Elizabeth y El Ladron Del RayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora