Capítulo 20: Un hombre... nada más

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Taehyung no abandonó el dormitorio de Jungkook durante tres largos y

dichosos días con sus respectivas noches. Tres perfectos e increíbles días y

noches. Tae se abandonó completamente a él.

Oh, no hicieron amor el todo el tiempo, su cuerpo, delicado en

contraste con el suyo, no lo habría resistido.

Pero hay muchas formas para dar y recibir placer, y Jungkook era un maestro

en todas ellas. Pasaron horas en la ducha, bañándose perezosamente, explorando

sus cuerpos, saboreando y bromeando. Horas en las que Tae se deleitó con su

piel dorada y aterciopelada, sus notables músculos, y negro y sedoso pelo.

Más horas donde en las que estuvo tendido sobre una alfombra frente al fuego

mientras él le frotó con aceites de esencias, haciendo la traviesa comparación

entre él y un potro que había sido montado con demasiada fuerza.

Deslizándose a lo largo de Tae, montándole de nuevo. Frotándo otra

vez. Más baño, más juegos en la cama.

El único momento en que le dejaba era para traer comida. Fueron días y

noches de comer, dormir y sexo. Ningun hombre, decidió, había perdido su

"virginidad" de forma tan fantástica. Hubo largas horas donde Tae estuvo

precisamente como él había dicho que estaría: completamente saciado

incluso para moverse. Convencido de que probablemente nunca podría excitarlo

otra vez; y entonces, él lo excitaba en el parpadeo de un ojo, de su mirada

oscura, bajo unas pestañas oscuras e inclinadas cejas.

Se sentía como si se hubiese deslizado en algún mundo de cristal y

fuego, con esencia de brezo y emanaciones de erotismo. Aunque no lo había

notado al principio, demasiado perdido en la visión del oscuro y desnudo

hombre, finalmente se dio cuenta de que su recámara se llamaba la recamara de

cristal porque había esculturas de cristal de diversas bestias. Unicornios y

dragones, quimeras y fénix, águilas agrifadas y centauros bordados en los

manteles, en los lados de las mesas, y los cofres. Delicados prismas colgaban en

las ventanas, atrapando la luz del fuego y devolviéndola en brillantes destellos

de color.

Los espejos con marcos de plata adornados meticulosamente, pendían de

las paredes en medio de tapices preciosos, y el mobiliario oscuro de caoba,

bellamente tallado. Lujosas alfombras se extendían sobre el piso. La cama era

una obra de artesanía antigua, cubierta con sabanas satinadas, mullidas

almohadas, y una lujosa colcha de terciopelo negro. Lucía cuatro postes del

tamaño de pequeños árboles (postes a los cuales él había atado sus manos,

besándole y saboreándole, volviéndolo loco de necesidad).

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