Capítulo 18: Tú ya caíste

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Dageus y Drustan no eran los únicos a quienes les había gustado a ver...ejem, mejor dicho, no ver... a Jungkook visible otra vez.

Habían veintitrés mujeres y doce hombres en el castillo Keltar - sin contar a los gemelos, a Gwen, Chloe, él mismo, o al gato.

Tae lo supo, porque poco después de la última noche en que Jungkook se había vuelto visible, él había encontrado a todas y todos: cada una, desde la más pequeña niña hasta la anciana más titubeante, desde el pequeño que apenas daba pasos hasta el mayordomo anciano y compuesto, intentando verle.

Había comenzado con una criada rellenita y treintona, que entró de pronto para jalar las cortinas por la tarde y preguntar si los MacKeltars — ¿Deseaban algo más?—. Al momento en que su mirada fija con gafas había caído sobre Jungkook, ella había empezado a tartamudear y a tropezar inesperadamente con sus pies. Se había tomado unos pocos momentos para recobrar una semblanza de coordinación, pero ella había logrado salir de la biblioteca, casi tirando una lámpara y una mesa pequeña en su prisa.

Aparentemente se había dado prisa para alertar a los demás, pues se había formado un verdadero desfile: Una criada curvilínea y ruborizada había venido a ofrecer calentar el té (ellos no estaban tomando ninguno), seguida por una sonriente criada que buscaba una olvidada y empolvada tela (la cual- ¿Estaba alguien sorprendido? No se encontraba por ninguna parte), luego una tercera buscando una escoba (sí, claro, ellas barrían castillos a la medianoche en Escocia- ¿Quién creería eso?), Luego una cuarta, quinta, y sexta averiguando si la Recámara de Cristal se prepararía para el Sr. Jeon (a nadie le parecía importar, quien podría hacer la recámara para el Sr. Kim: casi esperaba terminar en algún lugar fuera del castillo). Una séptima, octava, y una novena había llegado a anunciar que su cámara estaba lista y si ¿querría él un escolta? ¿Un auxiliar en el baño? ¿Ayuda para desvestirse? (bien, de acuerdo, quizás ellas no habían preguntado lo último, pero sus ojos ciertamente lo habían hecho). Luego una media docena más habían aparecido de improviso a intervalos para decir las mismas una y otra vez, y hacer hincapié en que estaban allí para servirle —cualquier, cualquier cosa o en todo lo que pueda desear Sr. Jeon—. La dieciseisava había llegado a llevarse a dos pequeñas niñas del regazo Del "Sr. Jeon" pese a sus gritos de protesta (y se había mantenido fuera de su regazo a sí misma sólo porque Jungkook se había levantado precipitadamente), Al final la vigésimotercera que había sido lo suficientemente vieja para ser su tatarabuela, y aun así se había movido desvergonzadamente rápido con el —Espléndido Sr. Jeon— batiendo pestañas inexistentes sobre nidos de arrugas, alisando delgados cabellos blancos con una mano de vena azul, agrietada por la edad.

Respecto a ellos las cosas no habían sido menos sutiles. Tres cargas de leña continua llegaron para alimentar una chimenea lo suficientemente caldeada, tanto como el ambiente, luego dos jóvenes veinteañeros aparecieron para preguntar sobre cuestiones estúpidas a unos asombrados Dageus y Drustan, tres veces consecutivas. Tres hombres robustos, entrados en carnes y años, habían venido con la excusa de preparar los caballos para los señores (Extraño fue que no les acompañasen los equinos), un par de jovencitos preadolescentes trajeron un nido de aves que encontraron fortuitamente desprotegidas a esas inadecuadas horas, para que el Sr. Jeon las protegiesen. Curiosamente cada una de estas "visitas" inusuales según los anfitriones, fue acompañada de la más inusual aun visita del anciano mayordomo. Y si eso no había sido suficiente, entonces el gato del castillo, obviamente hembra y obviamente en celo, anduvo pavoneándose, con la cola arriba y descaradamente curvada en la punta, y enrollando su peludo y pequeño ego sinuosamente alrededor de los tobillos de Jungkook, ronroneando y babeando, con una mirada de dicha.

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