VII - El ojo de tigre - Parte 1

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Las paredes comenzaban a deshacerse. El humo estaba inundando toda la casa. Se escuchaban gritos de ayuda de las dos casas de atrás. Por algún motivo, a pesar de sentir el cuerpo entumecido, tener numerosas heridas y estar escupiendo sangre como si se derrumbara por dentro, Adriano todavía estaba ahí. Vivo. Los golpes que había recibido habían sido vistosos por fuera y fatales en su interior. El sujeto misterioso lo había golpeado con fuerza suficiente para matar, pero había fallado. Al menos por unos minutos. No podía rendirse, necesitaba levantarse de inmediato e impedir que los maten tanto a él como a Mora. Temblando, apretando los dientes y ayudándose con la pared, se fue parando lo más rápido que pudo y comenzó a concentrarse en sus manos para obtener hasta la última pizca de fuerza que le quedara en el cuerpo. Si su rival podía dar tales golpes, él también podía. Sentía que sus piernas cedían al peso de su cuerpo y eso lo hizo enojar aún más. Haber llegado hasta ese punto en la vida, habiendo logrado las cosas que sentía haber logrado para no ser ni siquiera un reto para éste tipo. Sus manos comenzaron a volverse furiosas antorchas de fuego, aunque Adriano no lograba contenerlas. Comenzaron a expandirse por su cuerpo y las llamas que salían de sus ojos se intensificaron. Su enemigo percibió el esfuerzo y se dio vuelta una vez más, ahora con una expresión de fastidio. No comprendía cómo podía seguir vivo.

Adriano levantó sus brazos cargados de llamas y los apuntó con toda la fuerza que le quedaba hacia su rival y gritando, logró lanzar una llamarada que impactó de lleno en el contrincante y agravó el incendio de la casa. Tenía que terminar la pelea rápido si tenía la más mínima esperanza de salvar a Mora. Fue entonces cuando su espíritu también se derrumbó: El pelado comenzó a caminar como si nada le afectara dentro de la llamarada de Adriano hasta que se paró delante de él, lo tomó del brazo derecho y comenzó a cargar su puño izquierdo para dar el golpe final. Supo que había llegado su hora, aunque nunca creyó que fuese a ser de ésta forma, por otro como él. El único momento donde las cosas que habían ido al demonio y él no estuvo ni remotamente preparado. Cerró los ojos, absolutamente entregado a su destino. Un grito de dolor lo hizo volver a abrirlos. Un perro negro de un tamaño apenas menor que el de un Gran Danés saltó de entre las llamas y tomó el brazo de su rival. Comenzó a morderlo sin piedad, haciéndolo sangrar y parecía lograr desgarrarle los músculos. Apenas redujo al piso al hombre, lo soltó y se fue corriendo a gran velocidad, eludiendo la bola de fuego que iba a recibir del brazo derecho de su enemigo. Adriano pudo zafar de la situación y cobró un nuevo aire de fuerza. Sin cargar ningún tipo de llama y estando el hombre arrodillado en el suelo observando su herida, le metió un rodillazo en el mentón que lo dejó desplomado en el suelo. La puerta que cubría a Mora saltó por los aires y debajo de ella salió él mismo. Algo diferente había en él. Sus ojos eran verde brillante y su boca salió una voz casi espectral que dijo "Dale, loco, salgamos ya mismo de acá". Adriano no cuestionó lo que ocurría y lo siguió entre las llamas, mientras notaba que el hombre del saco se estaba reincorporando. Mientras escapaban por el pasillo, pudieron comenzar a oír sirenas de bomberos y la policía. Un Fiat 147 blanco los esperaba en la puerta, siendo manejado por una persona vieja con gafas de lectura, pelo, bigote y barba canosos. "¡Apurense, carajo!", gritó, mientras abría la puerta, corría el asiento y les permitía ingresar. Una bola de fuego sobrevoló por sus cabezas y le erró milagrosamente al auto, que arrancó a toda prisa tras ver que el hombre pelado estaba persiguiéndolos. El vehículo respondió rápidamente y antes de que se dieran cuenta, ya había agarrado avenida Nazca. A los pocos segundos, Adriano se desmayó.

AdrianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora