XVII - Buscando un Símbolo de Paz - Parte 1

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Carla bajaba las escaleras de su oficina de Avenida Belgrano y Defensa mientras miraba su celular y se despedía de algunos colegas. Vestía un sobretodo beige que sólo dejaba al descubierto sus elegantes zapatos negros y después los tobillos. Adriano estaba esperándola desde la vereda de enfrente, ya de vuelta con vestimenta deportiva, para seguirla y encontrar el momento de poder hablar con ella. Probablemente se dirigía a un bar para tomar unas birras con sus amigas, así que tenía poco tiempo. Le siguió el paso por dos cuadras pero justo ingresó al lugar que esperaba, sólo que mucho antes. "Puta madre, está lleno de gente", pensó, Adriano. Tenía que jugársela y ver en qué momento encararla. Se sentó en una mesa solo a tomar una cerveza y esperar. Pasó una hora hasta que la chica se levantó y se dirigió al baño, hacia donde la siguió. Al salir, la interceptó:

 - Carla, necesito hablar con vos.

 - ¡La concha de la lora, Adriano! ¿Me querés matar de un infarto? ¿Qué hacés acá? Tenés mucho olor a chivo, nene - Le respondió, con indiferencia.

 - ¿No te sorprende que esté acá?

 - Vení. Vamos para afuera.


Mientras salían, le hizo un gesto a sus amigas para indicarles que todo estaba bien y se fueron a la entrada del bar. Una vez allí, la muchacha le ofreció un cigarrillo rubio y él aceptó.

 - ¿Otra vez fumando? - Le punzó, Adriano.

 - Es la cerveza. A veces no puedo evitarlo, especialmente los Viernes.

 - ¿Sabés por qué estoy acá?

 - Me lo puedo imaginar. Honestamente, ya estábamos empezando a pensar que El Turco los había matado.

 - ¿Estábamos? ¿Te referís a Miche?

 - Veo que ya se cayó la casa de papel. Veo que te subestimé. ¿Cómo te enteraste?

 - De vos, por tu amiga Laura - Confesó, Adriano. Carla se quedó mirándolo fijo a los ojos, completamente absorta de oír aquel nombre. Luego de unos segundos, volvió la mirada hacia otra parte.

 - Ya veo. ¿Qué vas a hacer?

 - Quiero saber por qué mierda nos metieron en el medio a nosotros. Esto lo armaron ustedes dos y quiero saber por qué. 

 - Miche me prometió proteger a Laura a cambio de que lo ayude a él con algunas cosas. No sé exactamente qué planea hacer, pero lo que sí te puedo decir es que hay algo muy grande pasando acá en Capital. Me pidió que no te diga nada porque sino entregaba a Lau. La familia de su novio son unos tales Ereboine y parece que hace años que están acá en Argentina. Parece que secuestran niños desde hace muchos años. Probablemente desde antes de la última Dictadura. Encontré indicios de actividad que llevan a una casa que nadie encontró en José León Suárez y la que ya conocemos en Saavedra. Por favor, no vayas a él. Va a usar a mi amiga en tu contra y no serviría para nada. ¿No encontraste nada en la casa de Saavedra?

 - No pude entrar. Estaban esperándome.

 - Tenés que ir. Ese lugar fue el triángulo de las Bermudas para nosotros.

 - Necesito que me digas más. ¿Por qué acudiste a Miche? ¿Por qué no me dijiste en serio nunca nada de todo ésto? - Quiso saber, Adriano.

 - ¿Cómo podés vos encubrir a una asesina? Tal vez por un tiempo, si. No tenía otra alternativa. En el momento ninguno de los dos sabíamos que Laura tenía poderes, no sabíamos nada de lo que había pasado. Con los días, nos contó. Me voy para adentro y no me sigas o voy a llamar a la policía. No puedo ayudarte más - Finalizó, Carla, mientras se daba vuelta, tiraba la colilla del cigarrillo y regresaba al bar.


Adriano entonces recordó que en ese entonces, en aquella casa tenebrosa, un patrullero lo esperaba, pero no tenía sentido. Si Miche le había dado la dirección para que investigara, ¿Por qué querría ahuyentarlo? ¿Era acaso ese lugar todavía un eslabón perdido con respuestas sin encontrar? Tenía que averiguarlo. Tal vez Carla estaba atada de manos desde un principio y por eso había actuado de esa forma. De todas formas, no estaba dispuesto a confiarse de nadie.

Ya era totalmente de noche y el viaje fue largo. Salió del centro a las 19.30 y llegó a la misteriosa casa por las 21.00. Toda la cuadra estaba a oscuras y una brisa helada volvía a correr junto a una sensación de Deja Vu. La puerta de madera gastada seguía ahí, estoica. No parecía haber sido abierta todavía. Volvió a darle esa sensación muy similar a la de sus sueños con las siluetas, como si le estuvieran al acecho.

No había patrullero esta vez ni nadie alrededor, por lo que cerró los ojos y concentró energía en su puño derecho, el cual se encendió en llamas y estrelló arriba del picaporte, logrando generar una pequeña explosión que abrió estruendosamente la entrada. La planta baja no tenía ventanas y ninguna luz encendida, lógicamente. Adriano alzó su brazo izquierdo y generó una llama en su mano lo suficientemente intensa como para iluminar y pudo notar que delante tenía una escalera que iba al primer piso, un pasillo al lado que se dirigía a la cocina y al sótano y por la derecha, un comedor con aspecto antiguo y cubierto de telarañas por todas partes. Los muebles eran de roble lujoso con compartimientos que guardaban juegos de platos cerámicos. Una estilizada araña bañada en oro y repleta de lámparas se desplegaba alguna vez majestuosa por encima de una larga mesa. No se sentía solo, pero tenía la certeza de estarlo. Sentía como vestigios de siluetas en aquel lugar. El frío, los susurros apenas perceptibles, el rechinar de las maderas. Ya no tenía miedo, igual. Sentía que había aprendido a caminar entre la oscuridad y se determinó a explorar la casa.

El primer piso estaba abandonado hace mucho tiempo y al subir las escaleras, encontró tres cuartos que alguna vez parecieron ser utilizados. Algunos juguetes se encontraban tirados en el piso. ¿Serían éstos objetos de los Trotta? ¿Siquiera esa familia había sido real? A esta altura, todo era sujeto de duda. Sólo quedaba bajar hacia el sótano. Adriano atravesó la puerta de madera y comenzó a descender por la lúgubre escalera.

AdrianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora