XVIII - Golpeando las Puertas del Cielo - Parte 4

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El estilo de lucha del viejo era refinado, más parecido a artes marciales, mientras que el Turco se movía mejor esperado los golpes y contraatacando, cual boxeador. El joven se quedó observando el intercambio, analizó los movimientos de ambos y notó que el segundo no suele cubrir su cuerpo tan bien como su cabeza. Se confía al golpear, convencido de que acertará, pero ¿Si el golpe es esperado? ¿Qué haría ahí? Probablemente funcionaría una vez, pero no acabaría con él, apenas le haría daño. Miguel intentó barrerlo, pero no lograba ni tocarlo. No sólo tenía una asombrosa resistencia al castigo, sino que siquiera tocarlo era inmensamente difícil. ¿Cuál era el límite de estos poderes? Era hora de averiguarlo. Cuando Miguel, finalmente erró por completo un gancho electrizado al mentón, Osman rápidamente le dio un codazo en la sien que lo tumbó sin piedad al suelo, momento en el que Adriano se abalanzó y le lanzó descuidadamente dos puños, sabiendo que serían respondidos con probablemente un golpe ascendente y así fue, por lo que al esquivarlo y estár a quemarropas, cargó con violencia de fuego su rodilla derecha y le golpeó el pecho, dejándolo completamente desconcertado y rematándolo de un poderoso codo en la nuca que lo tiró al suelo. Javo recobró consciencia y notó que Ricky, quien estaba dentro de él, abandonó el cuerpo y se dirigió en otra dirección. Miguel comenzó a reincorporarse y se sorprendió por la agilidad de su aprendiz.

 - No puedo creer que le dieses con tanta fuerza. Definitivamente algo en vos despertó. Sos un buen luchador - Lo felicitó.

 - Gracias, Maestro. Creo que podemos ganarle entre los dos.

 - Bien, ahora lo que vamos a hacer es ...


Pero no pudo terminar la frase que un inmenso pilar de fuego se desató a sus pies que alcanzó las nubes. Las llamas comenzaron a expandirse hasta que finalmente desataron una explosión que comenzó a hacer arder gran parte de Caminito. Más gritos comenzaron a escucharse y de fondo, algunas sirenas que ya no podían ser prevenidas. Cuando el humo se disipó, Adriano pudo observar el cadáver calcinado de Miguel en el medio de la explosión. El Turco ahora se encontraba de pie, con su rostro transformado en el de un demente.

 - ¡¡ NOOOOOOOOO !! - Gritó, el muchacho, pero no fue el único.

 - ¡¡MIGUEL!! Hijo de puta, lo mataste. ¿Te sacaste las ganas, basura de mierda? - Dijo, el Gordo, que también parecía estar ahora poseído por el Ricky.

 - La verdad que si. Hacía años que quería hacerlo mierda y hoy me siento inspirado.

 - Ese hombre salvó incontable cantidad de vidas de ascos como vos. ¿Cómo mierda podés haber pasado lo que pasaste y no tener nada de respeto por la vida? - Demandó saber, Adriano.

 - Todo fue muerte siempre a mi alrededor. Nunca fui más que una basura que luego tuvo propósito. Prefiero matar y sacarme las ganas por dinero que volver a pensar en qué está bien o mal. Ya no me importa.


Decepcionado por la respuesta totalmente inhumana de su rival y abrumado por la muerte de su amigo, comenzó a largar algunas lágrimas. Un aura negra comenzó a brotar de su interior y un color carmesí comenzó a sobrevolar encima. Abrió sus ojos aguados y clavó su mirada en Osman.

 - ¿No te importa? ¿No te importa que la gente buena que sostiene este mundo de mierda muera? ¿No te importa que un hombre claramente mejor que los hijos de puta que te secuestraron ahora está muerto por vos? ¿No te importa una mierda de nada? - Se enfurecía más y más, el muchacho. Su aura se expandía con violencia y el suelo comenzó a prenderse fuego sólo por entrar en contacto.

 - ¿Dónde estaba tu maestro de mierda cuando masacraron a toda mi familia? ¿Dónde estuvieron tus amigos poderosos mientras a nosotros nos hacían de todo en centros clandestinos? ¿Te pensás que fueron sólo los Ereboine? Este país está lleno de gente de mierda y no veo por qué no matarlos. A la larga todos terminan igual. Los Majis se aíslan y buscan su mundo paralelo en vez de ayudar a los que lo necesitan. No tengo respeto por eso ni por quienes los ayudan. Los Ereboine ya no necesitan nada de ellos aquí.

 - ¿De qué hablás? - Quiso saber, el Gordo.

 - No tengo por qué explicarte nada. 

AdrianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora