Capítulo IX: La Brigada de Liberación

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"Narrado por Troy"

A las cinco de la mañana se escucharon ruidos en las cercanías del motel, por lo que desperté rápidamente y me puse una chaqueta, además de mis botas militares. Salí de la habitación y vi a un grupo de hombres y de chicas, que apuntaban a Blake, a Bernie y a la dueña del motel con rifles y escopetas. La mujer del motel me miró a los ojos, mientras sostenía ambas manos al aire y se sorprendió un poco, mientras Blake, que se veía muy enojada, era contenida por su padre, con el fin de evitar que cometiera alguna locura:

—¿Quiénes son ustedes?— pregunté, muy cauteloso, aparentando estar calmado.

—Somos miembros de la Brigada de Liberación— me dijo uno de esos sujetos—. Luchamos contra los opresores y nuestra meta es detenerlos.

—¿Y entonces por qué nos tratan como si fuésemos criminales?— le preguntó Bernie, molesto.

—Primero que nada porque no los conocemos— dijo una de las chicas—. En segundo lugar, esta no es más que una revisión de rutina y ustedes se han resistido a que la llevemos a cabo.

—Venimos a buscar provisiones y la señora se niega a colaborar— me dijo el que habló primero.

—Yo colaboraría si me pagaran por lo que se quieren llevar— dijo la mujer—. Pero ellos no quieren pagar, ése es el problema.

—¡Ya cállate, vieja!— exclamó uno de los que le apuntaba a ella, fastidiado.

Me disponía a atacar a ese sujeto- una de las cosas que no soporto en la vida es que siquiera amenacen a una mujer, me molesta en exceso-, para enseñarle a respetar, pero una de las chicas me apuntó con su escopeta y me dijo:

—¡Quieto ahí, chico! No les pasará nada si colaboran con nosotros... ahora ve con tus amigos y la señora, por favor.

Caminé hacia ellos lentamente, no quería que la chica desconfiara de mí y acabara disparándome, eso era lo que menos deseaba y, al llegar con ellos, dio la siguiente orden a sus compañeros:

—¡Llévense lo que necesiten, chicos! Ropa, zapatos, comida, sábanas, utensilios, lo que deseen.

Entonces los soldados comenzaron a desvalijar el motel frente a nosotros, mientras uno de ellos nos esposó y nos llevó- junto a algunos compañeros- a un camión techado, de estilo militar, en el que nos dejaron tirados, para después irse a acompañar al resto en su fechoría. Tardaron poco tiempo, por lo que subieron las cosas que se llevarían a los vehículos en que se transportaban y después se fueron, pero llevándonos con ellos, en calidad de prisioneros.

Pasaron algunas horas mientras el grupo de soldados se movilizaba hasta un fuerte, en el que se detuvieron, para descansar un poco y comer. A nosotros en cambio, nos encerraron en una celda y apenas nos dieron agua y algo de comida, para que no nos quejáramos tanto.

Con el paso del tiempo, ellos liberaron a Blake, a Bernie y a la dueña del motel- que si mal no recuerdo se llamaba Janet-, porque no eran peligrosos, pero yo me que quedé encerrado y no se dignaron a decirme porqué me dejaron en la celda. Eso era injusto.

Cuando llegó la noche al fuerte, una camioneta de estilo militar se estacionó allí y de ella salieron dos chicas, pero no pude verlas bien en el momento. Entraron al lugar y le preguntaron a los soldados si no había pasado nada raro en su ausencia y ellos lo negaron, pero Janet no se quedó callada y les dijo:

—Señoritas, dejen que les cuente lo que en verdad pasó.

—Adelante— dijo una de ellas.

—Estos señores llegaron a mi motel a las cinco de la mañana, nos sometieron y nos trajeron acá en contra de nuestra voluntad. Además, sacaron todo lo que quisieron de mi negocio...

—¿Ustedes son todos los que estaban allí?— les preguntó la chica.

—No, a ellos los acompañaba un muchacho, que sigue en la celda.

—Es que creemos que puede ser parte del Escuadrón Alfa, Shirley— dijo la chica que me había apuntado con su arma en el motel, nunca olvido una voz.

—¡Él no es parte de ningún Escuadrón como se llame!— replicó Blake, muy enojada.

Un momento después, escuché los pasos de alguien, que se acercaba a la celda, resultando ser una chica de unos veintidós o veintitrés años, de cabello castaño oscuro, ojos cafés, tez blanca y de un metro setenta y nueve de estatura, que se asomó por un segundo y volvió a irse.

—¿Qué pasó, Tea?— preguntó la chica.

—La llave de la celda— escuché a otra chica, con voz cortante.

—¿De qué hablas?— preguntó uno de los soldados.

—¡Denme la llave de la celda!— exclamó—. Ése chico debe ser liberado ahora.

No escuché nada más, hasta que la chica volvió a acercarse, ésta vez venía acompañada de una pelirroja de ojos azules, tez trigueña y un poco más alta que Megan, que me dijo:

—Hola, discúlpanos por lo que pasó, no se volverá a repetir. A veces nuestros subordinados hacen cosas que no deben.

—No se preocupen— les dije—, nosotros nos vamos de aquí ahora, señoritas.

—No pueden irse— respondió la chica, muy serena.

—¿Por qué no?— le pregunté, confundido.

—Es muy tarde para que salgan de aquí— argumentó ella—, en ésta zona hay muchos criminales, podrían hacerles daño.

—De acuerdo— les dije, para luego ir a reunirme con Bernie y con Blake, que me abrazaron al verme y eso hizo que Janet dijera: 

—¡Son una hermosa familia!

Un rato después nos trajeron algo de comer, pues no querían que pasáramos la noche sin nada en nuestros estómagos y comimos rápidamente- yo tenía mucha hambre, supuse que ellos también- y todos nos miraban raro, por lo que Bernie les preguntó:

—¿Ustedes no hacen lo mismo cuando no han comido nada en todo el día?

Dejaron de mirarnos y comimos tranquilos, para luego reposar un rato y dormirnos, esperando a que llegara el día de mañana para marcharnos de allí.

Continuará...

La Verdad Sobre IEPCOM 2: La Rebelión de Los OprimidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora