Capítulo II: Planeando Una Venganza

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"Narrador Testigo"

Era un día nublado en la isla de Santa Leah, específicamente en la Prisión de Máxima Seguridad de San Ángelo, que se encontraba asentada en ése lugar. Un evento de gran trascendencia se había dado allí, sin embargo, no se trataba de nada bueno, es más, era algo que solamente presagiaba desgracias en la vida de las personas que eran afectadas directa o indirectamente por éste hecho.

Uno de los convictos más temidos y peligrosos de toda la prisión había sido indultado por el director de la cárcel, por un supuesto buen comportamiento- que todos sabían que no era así, pues era el líder de la cárcel-, todo gracias a la influencia de ése hombre. Su nombre era Ian Mc Keller, era un ladrón profesional de bancos y uno de los asesinos más despiadados del país, por lo que era temido y respetado por todos los que estaban condenados a pagar condena en ése lugar.

Mientras era guiado a la salida de la cárcel, escoltado por dos guardias, los demás presos le gritaban obscenidades y él se limitaba a sonreír, porque sabía que ya no los volvería a ver nunca más. Cuando se abrió la reja de la prisión, lo primero que ése joven vio fue a dos hombres de edad madura, que lo esperaban al otro lado de la calle y caminó hacia ellos a paso relajado, para luego saludar a uno de ellos:

—¿Qué tal te va, Van Slyke?

Van Slyke era un hombre de unos cuarenta años, de cabello rubio oscuro, ojos verdes, piel blanca, bien cuidada, de un metro setenta y cuatro de estatura. Vestía un traje de color blanco, que hacía notar a cualquiera que era serio y estricto; le respondió al ex convicto, con tono cortante:

—Deja el juego, Mc Keller, te contraté para algo serio.

—De acuerdo— dijo el joven, fastidiado—. ¿A quién debo enviar al otro lado?

—A éste sujeto— le dijo el otro hombre, mientras le entregaba una carpeta con los datos que tenía de esa persona—. Es peligroso, debe tener cuidado con él.

—Pero a mí me parece inofensivo— dijo Ian.

—No todo es lo que aparenta ser— dijo Van Slyke—. Si fuera así, tú serías una persona seria y no un vulgar asesino.

—Basta, Van Slyke— volvió a decir el chico, para después preguntar—. ¿Usa lentes de contacto?

—No— dijo el hombre.

—No se preocupen, acabaré con el fenómeno de circo— dijo él, confiado.

—Eso espero— dijo Van Slyke—. Te pagué una fortuna para que lo hagas.

Entonces Ian estrechó la mano de ambos hombres, no sin evitar antes hacer dos cosas: fijarse en que la mano del acompañante de Van Slyke era metálica y que portaba un arma y una placa de policía con él, por lo que preguntó:

—¿Acaso no se puede encargar usted del asunto? Digo, como es un policía.

—Eso no te importa— dijo el hombre, que no era otro que Jacob Fitzpatrick.

—Dejemos así entonces— dijo Ian, relajado—. ¡Siempre quise conocer América! Es algo así como visitar el paraíso.

Dicho ésto, revisó los papeles que le habían entregado, entre los que dio con un boleto de avión, un pasaporte y diez mil dólares en efectivo. Se marchó de allí a paso relajado, dejando a Van Slyke y a Fitzpatrick solos, por lo que el Jefe de la Policía Central preguntó:

—¿Ése tipo es confiable?

—Es un charlatán y un pedante, pero también es bueno en lo que hace— le dijo el Director de aquella prisión.

—Confío en tu... su criterio, señor. ¿Y ha cumplido con su parte del trato?

—Sigo en eso, no es nada sencillo lo que usted y Jhonson me pidieron— respondió él, tranquilo—. Pero hay avances, ya habrá tiempo de informarles de eso.

—Eso espero— dijo él, serio.

Y así, con total alevosía, ésos hombres tramaron la peor treta en contra de su enemigo, aun sabiendo que sólo era una víctima de las circunstancias y nada más que eso.

Continuará...

La Verdad Sobre IEPCOM 2: La Rebelión de Los OprimidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora