CAPÍTULO DIEZ
El viaje en el auto ya se estaba haciendo bastante largo para Tobías y las quejas de Cristian sobre la inofensiva llovizna eran más que insoportables. Sin embargo, no eran de la importancia del chico, nadie lo había obligado a venir por él.
Trataba de ocultarlo pero en realidad se le hacía imposible. Tobías tenía un revuelto en su estómago, interminables ganas de llorar y de querer salir corriendo de allí. Escapar lo más lejos que pudiera de las dos personas que tenía adelante y regresar el tiempo dos años atrás cuando aún era un niño inocente, sin preocupaciones, sin angustias y sin problemas era lo que desearía si tuviera la oportunidad. Aún no podía creer lo que estaba sucediendo y tampoco quería entender cuándo fue que toda su vida dio un giro tan violento.—Estamos a treinta minutos—le hizo saber la pareja de Cristian, sentada al lado del conductor, tal vez su novia o esposa, en realidad no le interesaba.
Tobías había olvidado su nombre aunque hacía menos de dos horas que la mujer se lo había recordado. Él iba en el asiento de atrás, apoyando su cabeza sobre la ventanilla y mirando caer las gotas de la inofensiva llovizna sobre el vidrio. La expresión de su rostro dejaba en evidencia su estado de ánimo: estaba destrozado. Sus ojos colorados e hinchados ya no derramaban lágrimas, pero no ocultaban que ellas habían estado allí. Todavía llevaba puesto el traje del funeral manchado con barro por haber caído en aquel charco. Sus zapatillas mojadas congelaban sus pies, y su camisa, que había dejado de ser blanca hacía unas horas, se encontraba hecha jirones.
Dejando la ruta, Cristian conducía sobre las calles de un lindo barrio, casas grandes y edificios muy altos. Pasaron por un enorme parque, y aunque el cielo no cambiaba su color gris, había niños con grandes sonrisas jugando en él. Tobías había olvidado cuándo fue la última vez que había pisado una plaza con su madre.
Cristian estacionó el auto frente a una casa color pastel. Era realmente imponente, de tres pisos. Tobías no pudo evitar preguntarse cómo era posible que hubieran existido meses en que a su madre y a él no les había llegado dinero si Cristian vivía en una casa así.—Bajá—ordenó.
Apenas había logrado sentirse cómodo en el asiento del auto. Lo que menos quería en ese momento era bajar y conocer aquella casa. No deseaba entrar porque eso significaba soltar todo lo que había vivido, dar el siguiente paso y empezar una vida totalmente distinta. Después de lo sucedido, realmente no necesitaba alejarse cientos de kilómetros de su casa, de la gente que quería, ni cambiar su vida.
Tobías respiró profundamente y cerró sus ojos por cinco segundos para detener las lágrimas. Cuando bajó del auto, la lluvia hizo notoria su presencia. Cerró la puerta con fuerza liberando una pequeña parte de la frustración, furia y miedo que llevaba dentro. Trató de encontrar el valor en el fondo de su pecho para aparentar que en realidad no le aterraba pisar esa vereda, cruzar esa puerta y conocer a la gente que vivía adentro.
Cristian sacó un manojo de llaves de su bolsillo e insertó una en la cerradura de la puerta de madera. La llave no giró.—Es la manchada con azúl—dijo la mujer que aparentaba unos treinta largos años.
Cristian soltó una pequeña sonrisa y probó con la señalada. Tobías se sintió indignado y ofendido ¿Cómo era que él podía sonreír en ese día? Este era el peor día de la vida del chico y estaba muy seguro de eso ya que la mayor parte de su vida habían sido días malos y sin lugar a dudas, éste era el peor de todos.
Sin embargo, allí estaban los dos idiotas riéndose porque el más idiota de los dos se había confundido de llave para entrar en su propia casa. Bueno, eso explicaba que la casa era de su pareja.Al abrirse la puerta, Tobías se encontró con lo que él consideraba su peor maldición. Había dos niños: un chico poco menor que él que se encontraba sobre un sofá, mirando la pantalla de su celular y una niña más chica sentada en una silla, jugando con plastilina sobre una mesa.
La casa por dentro era más grande de lo que él había imaginado. A la izquierda de la puerta, se encontraba la cocina. La heladera tenía dos puertas y era enorme, tanto que jamás había visto una así. A pocos metros había un baño. Del lado derecho, una escalera llevaba al segundo piso y en el centro se encontraba la mesa familiar junto al living con el sofá y un plasma de incontables pulgadas.
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Sobre El Amor Y Sus Posibles Desaciertos
Teen FictionDos vidas, una historia y un solo hilo que une ambos caminos. Sofi, una adolescente, sufre los efectos secundarios de un desamor que trata de olvidar. Un año de despedidas, encuentros y reapariciones. Descubrirá que el primer amor no es tan fácil de...