CAPÍTULO TRECE
La mañana siguiente, su primer día de clases en un colegio nuevo, fue un infierno.
Se dormía en el micro, el cansancio por no cerrar los ojos durante la noche fue el culpable de que se confundiera de parada, de puertas y materias. Al ser su escuela anterior mucho más pequeña, sentía que en este edificio podía perderse en cualquier momento. Escaleras, aulas, puertas y más escaleras lograron que encontrar el baño fuese lo más difícil de esa mañana.
El timbre lo aturdía a cada hora y el bullicio del alumnado le provocaba náuseas. Sin embargo, eso no pudo vencer al sueño, porque su cuerpo le pasó factura y terminó durmiéndose durante la clase de matemática.
—¡Por favor! Es la primera vez que me duermo, no puede llamar a Cristian—se quejó con el director del colegio.
No quería generar más conflictos con su padre pero al hombre canoso y de anteojos no le importó en lo más mínimo.
—Es la tercera siesta que te tirás hoy—habló el señor detrás del escritorio.
Tobías rodó los ojos y bufó. Ya había tenido este tipo de problemas en su anterior escuela. Su madre solía tomar pastillas para dormir, las mismas que él comenzó a utilizar a escondidas para que las pesadillas no lo atormentaran. Desde que ella contrajo cáncer, Tobías era víctima de largas y oscuras noches donde conciliar el sueño era imposible.
Cristian cruzó la puerta de la oficina del director y le dirigió a su hijo una mirada que le hizo saber que se encontraba furioso.
—¿Sabés que tuve que salir del trabajo para venir acá?
—¡Ay! Perdón, pero es parte de tu trabajo como padre estar acá—le respondió Tobías.
Cristian corrió la vista hacia el director y se sentó al lado de su hijo.
—Los profesores se quejaron de que Tobías Navarro se estuvo durmiendo en todas las materias de hoy. Creo que lo mejor va a ser que lo lleve a su casa y que duerma ahí, sino quiere que lo sancione en su primer día.
—¡Pero qué miedo!—exclamó Tobías con sarcasmo y una risa burlona.
"Sos un irresponsable" "¿Cuándo vas a madurar y tomarte las cosas en serio?" "Nunca tuve problemas con Nico ni Anita, y ahora llegas vos y me hacés salir del laburo para venirte a buscar". Eso fue todo lo que Tobías escuchó de Cristian en el viaje a casa antes de ponerse sus auriculares y alzar el volumen de la música al máximo.
Ni bien lo hizo, cerró sus ojos. Doce del mediodía. Hora pico. El tránsito mantuvo al auto andando a paso de tortuga, por lo tanto, el viaje se hizo largo y lento, facilitando el sueño de Tobías.
Unos segundos después, él se encontraba acostado y envuelto en completa oscuridad. No había luz alguna y por más que forzara sus ojos, no lograba ver nada. Confuso y con el ceño fruncido, con las manos palpó a su alrededor y entendió que se encontraba en un rectángulo, cuyas paredes estaban cubiertas de tela suave, y en el que su cuerpo entraba perfectamente.
Detectó su celular en el bolsillo de sus jeans y no dudó en escender la pantalla para poder acabar con la insoportable oscuridad. Observó que las paredes eran de tela blanca y en un costado, logró divisar una pequeña abertura, como si la pared superior, encima de él fuera una tapa. Una leve idea de donde podía estar encerrado cruzó su mente y sembró terror.
De repente, su corazón latió más rápido y el aire comenzó a faltarle. Sus manos temblorosas golpearon la puerta una y otra vez para poder salir de aquel ataúd. El miedo lo cegó y comenzó a transpirar, la desesperación por salir del ataúd se había apoderado de él.
—¡Hey! ¿¡Alguien me escucha!? ¡Ayuda por favor!—gritó con todas sus fuerzas hasta que la garganta le doliera y se le quebrara la voz pero nadie oyó y la tapa nunca se abrió.
Estaba solo. Lo único que rompía el silencio eran sus gritos, interrumpidos por sollozos, su respiración agitada y sus golpes de desesperación con manos sudorosas.
—Nadie va a venir por vos, cariño.
Sus ojos claros completamente abiertos brillaron más que la linterna del celular. Su cuerpo se entumeció en tan solo un segundo al escuchar aquella voz femenina y sus pulmones expulsaron el poco aire que quedaba en aquel ataúd. El corazón dejó de latirle y una gota de sudor resbaló por su frente.
Aquella particular voz aparecía siempre en sus pesadillas y él sabía a quien pertenecía, sin embargo, giró su cabeza. Se encontraba en un ataúd con el cuerpo moribundo de su madre.
San Bernardo, Provincia de Buenos Aires,
Febrero,
Ocho de la noche.Sentir sus labios sobre los suyos fue algo mágico. Aquella escena que jamás olvidaría se repitió una y otra vez en su mente ni bien salió del cine. Apareció en sus sueños, la recordó cuando despertó al día siguiente, y también cuando tomó su celular y encontró un mensaje de él.
Los nervios tomaron control de su cuerpo, eran los culpables de que sus manos sudaran, su respiración se hiciera pesada y de que su cerebro haya tardado más de diez minutos en decidir apoyarse en el hombro de aquel chico que le gustaba tanto, sentado en la butaca de al lado.Cuando por fin lo hizo, él tomó la mano izquierda de ella. Jugó con los anillos de sus dedos y comparó el tamaño de sus manos, las cuales no presentaban tanta diferencia, razón por la cual ella se solía burlar de él por tener "las manos de su mamá".
Los nervios que ella sentía también fueron los culpables de que no pudiera prestarle atención a la película y que no parara de pensar en cuándo ocurriría el beso que había estado esperando desde hacía cuatro años, cuando aquel chico de ojos particulares le había pegado en la cabeza un pelotazo tan fuerte que casi le había hecho perder la conciencia. En ese momento, se había sentido la persona más ridícula y desafortunada del mundo, pero ahora, sentada en la butaca de al lado del mismo chico cuatro años después, sabía con certeza que no importaba cuán grande había sido la vergüenza que había sentido aquel primer día, había valido la pena.
Más nerviosa se puso aún cuando él de pronto giró su cabeza para verla a los ojos y luego bajó la vista a sus labios. Posó su mano derecha sobre el rostro de ella y sintió su piel suave. Exhaló. Lo dudó por solo un segundo. Solo uno, porque al siguiente sus labios tocaron los de ella.
Su primer beso. Su primer amor. Había sucedido. Al fin, aquel sueño había dejado su mente para volverse realidad de la forma más cliché posible: nada más ni nada menos que en el cine, con una película de terror proyectada en la pantalla, a la cual ninguno de los dos le prestó nada de atención, con en el chico que tanto le gustaba, quien había sido el primer chico en interesarle, y quien en algún momento había sido su primer mejor amigo.
En el preciso instante en el que él la había invitado al cine a ver esa película de terror la semana pasada, ella supo que aquel beso iba a pasar. Lo daba por hecho, se había imaginado un montón de veces aquella escena y se había preguntado unas cien más cómo debería actuar. Pero cuando ocurrió, su mente se puso en blanco y ella no hizo más que cerrar los ojos, sentir a su corazón latir más de mil veces por minuto, a su pecho que se contrajo y no quiso soltar el aire hasta que él se separó de ella y la miró a los ojos nuevamente, dirigiéndole esa mirada tierna y dulce que ella tantas veces había visto. Sin embargo, en ese momento la sintió como la primera vez y supo que era la mirada más profunda que jamás recibiría. Aquella que decía tanto, que representaba más que una palabra, emociones, recuerdos y cuyo significado solo comprendía la persona a la cual era dirigida.
—Te amo.
Ahora, fueron los ojos de ella los que reflejaron sorpresa, sin embargo, no tuvo tiempo para pensar, tampoco hubo lugar para la duda de haber escuchado mal, porque al terminar de pronunciar esas dos palabras, él le dio un segundo beso.
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Sobre El Amor Y Sus Posibles Desaciertos
Novela JuvenilDos vidas, una historia y un solo hilo que une ambos caminos. Sofi, una adolescente, sufre los efectos secundarios de un desamor que trata de olvidar. Un año de despedidas, encuentros y reapariciones. Descubrirá que el primer amor no es tan fácil de...