CAPÍTULO QUINCE

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CAPÍTULO QUINCE

Tobías se sentó en el último banco del salón para que el profesor no viera su cara de zombi. Todos sus compañeros en el aula lo miraban de manera extraña y murmuraban entre ellos señalándolo. Apostaba a que pensaban que él estaba drogado, había vuelto a la vida como su madre después de haber estado bajo tierra una semana o se trataba de una prueba del maquillaje para Halloween. Tan moribundo se veía que hasta su padre, quien nunca se había preocupado antes, le había preguntado si sentía bien esa mañana. La respuesta había sido "si, no te importa", algo muy clásico de él. La verdad, como el noventa por ciento de las veces, era que no. Nunca había estado peor: sentía náuseas, su cuerpo le reclamaba dormir incesantemente y su cabeza parecía a punto de explotar. Además, sus ojos hinchados le picaban y ya no eran capaces de enfocar las letras al leer, las cuales se volvían borrosas dejando a las palabras y a las oraciones sin sentido.

El timbre al sonar lo aturdió, lastimó sus oídos y le recordó que aún le quedaban cuatro horas de clase. Cuando vio que el salón estuvo vacío porque era recreo, decidió quedarse en su pupitre y quizás lograr dormir esos cinco minutos, escondiendo su cabeza entre sus brazos; pero cuando Liz se asomó por la puerta cambió sus planes.

—¡Hey! Hola, ¿Qué pasó anoche? Me cortaste la llamada, después no atendiste y...—cuando ella estuvo a su lado, se detuvo a observarlo—Vos no estás para nada bien.

Sin lugar a dudas, si Tobías no se hubiera sentido tan agotado, su cerebro habría creado una respuesta ingeniosa, cautivadora y una mentira persuasiva que Liz habría creído por completo. Pero se sentía más muerto que vivo, no tenía energía para pensar y su cerebro optó por la opción más fácil.

—No te preocupes, no pasa nada—dijo él en un bostezo.

—Voy a llamar a Cristian.

Liz desbloqueó su teléfono.

—No, no, por favor—Tobías negó con la cabeza.

Con tan solo imaginar a Cristian a los gritos, pidiendo explicaciones y dando sermones, el dolor de cabeza se hacía más insoportable.

—¡Mirate! Tenés que dormir. Lo voy a llamar.

Liz se llevó el teléfono al oído. Tobías intentó ponerse de pie, no podía permitir que su padre viniera a buscarlo, eso significaba problemas y sinceramente ya tenía demasiados en ese momento. Su mente hizo un último esfuerzo en inventar una excusa convincente que hubiera persuadido a Liz, de no ser que al abandonar la silla, su vista se nubló y en un segundo todo se volvió negro.

La suavidad de las sábanas a través del tacto de sus manos, notar la blanda almohada bajo su cabeza y el calor del acolchado sobre su cuerpo fue la mejor sensación que tuvo en semanas. Mantuvo sus ojos cerrados y dio respiros largos mientras intentaba recordar qué había sucedido y entender cómo había llegado a esa cama. Una media sonrisa apareció en su rostro cuando se dio cuenta de que había dormido, al fin descansado sin sueños, pesadillas o apariciones extrañas e inesperadas de su madre muerta.

—¿Estás mejor?—una voz dulce a su lado interrumpió sus pensamientos.

Por una milésima de segundo se imaginó a su madre al lado de su cama, tomándole la fiebre y tapándolo con el acolchado mientras depositaba un beso en su frente. Se vio a él con cinco años, con Cristian cargándolo hasta su pieza, cuando aún era su padre y lo llevaba al jardín, cuando vivían los tres en una casa de dos pisos con un gran patio y los domingos almorzaban las pastas de su abuela y por la tarde tomaban mates en la playa.

Tobías asintió sin abrir los ojos.

—¿Seguro? Caíste redondo al piso. Los doctores dijeron que tuviste suerte de que no te hicieras una contusión en la cabeza.

Sobre El Amor Y Sus Posibles DesaciertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora