CAPÍTULO SEIS

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CAPÍTULO SEIS

—Ey, ¿Estás bien? Sofi, ¿Me podés responder?—la voz de Ezequiel sonó con más desesperación que las tres veces anteriores.

Sus manos se posaron alrededor del rostro de Sofi que se encontraba acostada en el suelo. Se sentía aturdida, dolorida y como si su cabeza fuera a explotar si Ezequiel volvía a preguntarle cómo estaba, cuando la respuesta era visiblemente evidente. Sus ojos estaban cerrados desde que él había caído encima de ella y no los había abierto por miedo a ver a la serpiente, al caballo que la había tirado o la cara desesperación de Ezequiel. Aún no se decidía.
Sus manos le ardían, debían estar raspadas y llenas de tierra, lo que significaba una infección en camino. Quería quedarse allí en el piso y dormir la siesta más larga que jamás había dormido, aunque el piso fuera el colchón más duro e incómodo, el viento comenzara a volar las hojas del suelo, golpeándolas en su rostro, y otra víbora apareciera. Por nada en el mundo abriría sus ojos. Sabía que si lo hacía, unas despreciables lágrimas desfilarían sobre sus mejillas. ¿Por qué todo tenía que salir mal? Parecía increíble que las cosas simplemente no podían ser según lo planeado, sino que una fuerza de la naturaleza debía ingeniárselas para cambiarles el rumbo y otorgarles otro más desastroso. Ya estaba cansada de pasar vergüenza, de sonrojarse y sentirse una completa idiota.

 Cuando sintió las manos ásperas de Ezequiel sobre sus mejillas, entendió que lo último que necesitaba era que él le diera respiración boca a boca para despertarla. Eso sería el colmo. Entonces, abrió sus ojos y se levantó rápidamente, hasta quedar sentada. El movimiento brusco provocó que dentro de su cabeza su cerebro se mareara.
Se encontró con la nariz de Ezequiel a unos pocos centímetros, estaba segura de que nunca había tenido a esos ojos verdes tan cerca. Aquella mirada preocupada, desesperada y observadora recorría cada centímetro de la cara de Sofi para descifrar en qué estado se encontraba. De repente, su pulso se aceleró y sus mejillas levantaron temperatura. Otra vez se sentía nerviosa, indefensa e insegura frente al chico más lindo que había visto.

—¿Y la víbora?—preguntó ella girando la cabeza para buscarla. Le interesaba poco y nada el paradero del reptil, solamente quería distraerse y darle tiempo a su cara para volver a su color habitual y a sus ojos para tragarse las lágrimas.

Ezequiel la buscó con la vista.

—Al parecer se fue y también Overo se asustó y escapó—respondió.

Se encontraban en un claro del campo rodeado de árboles. El suelo de barro, cubierto en algunas partes por las hojas caídas de las ramas, el piletón a unos metros de ellos, lleno de agua sucia y un tronco acostado cerca de la orilla, constituían un gran lugar para tomar mates y tal vez besar a alguien en una tarde de verano, mientras los últimos rayos de sol se despedían entre las ramas de los árboles. Pero no era verano, los rayos de sol ya se iban, no había mate y la idea de besar a alguien ya había abandonado la cabeza de ambos, siendo reemplazada por cómo harían para volver.

Sofi bajó la vista a sus manos que le habían comenzado a arder.

—¡Uh, no! ¡Mirá cómo tenés las manos!—exclamó Ezequiel, quien en un segundo estaba de pie y extendiéndole la mano a Sofi—Vení, hay que enjuagarlas.

Ayudó a Sofi a levantarse y se acercaron al piletón.

—¿Tengo que mojarme las manos con el agua sucia? ¡Estás loco!

Ezequiel le dirigió una mirada seria y levantó las cejas. Señaló con la vista el tronco para que ella se sentara. Sofi no tenía ganas de discutir, así que hizo caso. Él se agachó frente a la laguna y con sus manos juntas en forma de bote tomó agua. Se dio vuelta y vertió el agua sobre las manos de Sofi. Ni bien le tocó la piel, el ardor aumentó.

Sobre El Amor Y Sus Posibles DesaciertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora