CAPÍTULO CATORCE

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CAPÍTULO CATORCE

El grito de terror de Tobías se escuchó en una cuadra a la redonda. Su garganta le dolía y se destrozaba en aquel llamado de auxilio y desesperación para que alguien lo escuchara. Sus manos, una alrededor de la manija del auto y la otra, clavando sus dedos en el tapizado del asiento, estaban inmóviles al igual que cada parte de su cuerpo. Sus ojos abiertos y húmedos, junto con su boca medio abierta le generaban en su rostro una expresión de horror, la misma que había quedado petrificada al ver el cadáver de su madre.

Cristian se sobresaltó y comenzó a mirar a su hijo de arriba a abajo, quien hacía unos segundos dormía silenciosamente. Sin pensarlo, estacionó el auto a una orilla y abrazó a Tobías.

—¡Ey, calmate, tranquilo, fue un mal sueño nomás!

De repente, el grito cesó y el chico tuvo un escalofrío que recorrió todo su cuerpo y le heló hasta los huesos. Sintió su espalda fría por el sudor y sus dedos rígidos aferrados alrededor del asiento y la manija. Pestañó y recorrió con la vista el auto de Cristian. Cuando lo vio abrazándolo, se corrió y alejó las manos de su padre de su cuerpo. Cristian cuando entendió que su hijo había acabado con su ataque, le palpó el hombro.

—¿Qué te pasó? ¿Estás bien?—preguntó con el ceño fruncido y haciendo un esfuerzo por descifrar qué había sucedido.

Tobías se humedeció los labios y se obligó a calmarse. Respiró profundamente y luego miró a su padre. Escogió asentir porque sabía que si quería hablar, le iba a ser imposible pronunciar una palabra.

—¿Seguro? Hace unos segundos estabas dormido y de repente, empezaste a gritar como un loco ¿No tomás medicación por esto?

Con la mirada perdida y su cabeza todavía en el ataúd intentaba convencerse de que la pesadilla había acabado y de que Cristian, el auto y esa mañana eran reales.

Asintió nuevamente.

—Sí. Fue una pesadilla.

Miró a su padre a los ojos y trató de mostrarse seguro.

—Estoy bien—aseguró.

—¿Con qué soñaste?

—No te importa, ¿Podés manejar o lo hago yo?—dio por terminada la conversación.

Cristian encendió el motor nuevamente y aún algo confuso condujo a casa. Mientras en la mente de Tobías, las ideas iban y venían, se chocaban y formaban nuevas respuestas a la inquietud que lo atormentaba: ¿Cómo carajos iba a hacer para dormir si al cerrar los ojos, las pesadillas oscuras se adueñaban de su sueño?

Su padre al llegar, lo obligó a irse a dormir pero eso no estaba en sus planes. Si en diez minutos había soñado con eso, no quería imaginar lo que sería una noche entera, y gritar a la mitad de la noche como un loco no era una opción.

Abrió su mochila y comenzó a realizar los ejercicios de matemáticas que no había hecho en clase por quedarse dormido. Pero antes, bajó a cenar porque sabía que si quería pasar toda la noche despierto, debía tener algo en el estómago. Cristian estuvo feliz al respecto, pobre de él que pensaba que Tobías iba a comenzar a formar parte de las comidas familiares más seguido. No tenía idea por lo que su hijo estaba atravesando, sin embargo, éste no pensaba hacérselo saber. Su padre no tenía la solución a sus problemas, lo sabía, o quizá sí, pero eso significaba enviarlo a San Bernardo, con su abuela y amigos. Esta vez, para Cristian no era una opción.

En un par de horas, llevaba hecho la mitad del cuadernillo de ejercicios. Con un dolor que le partía la cabeza a la mitad y con sus ojos colorados seguidos de unas ojeras largas y oscuras, ya veía los números unos encima de otros. Estaba realmente agotado y la noche recién comenzaba. Llamar a Mark, a sus amigos de San Bernardo o quizá a su abuela fueron ideas que se le vinieron a la mente, pero eran las doce de la noche y no quería transformarse en una molestia para nadie más.

Sobre El Amor Y Sus Posibles DesaciertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora