Capítulo 20

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Alguien dijo una vez que no debemos tener miedo a la muerte porque, a fin de cuentas, forma parte de la vida y debemos amarla en vez de temerle. Para mucho fue la frase propia de un héroe, para mí, la de un egoísta que sólo pretende embellecer con mentira aquello que no tiene solución. Bajo ese lema se enmascara el dolor, la soledad, la impotencia, la culpabilidad y la agonía que traen consigo la pérdida de alguien a quien quieres. Hay cosas que, una vez se rompen, no pueden volver a ser reparadas por mucho que pongamos de nuestra parte, como un corazón roto o un sueño olvidado en la inmensidad del pasado. La muerte es nuestro fin común y, aún así, no soy capaz de verla como a una vieja conocida, sino como a una cruel enemiga.

La muerte se llevó consigo a lo mejor que había ocurrido en mi vida en mucho tiempo, como quien le priva un caramelo a un niño, haciendo oídos sordos al dolor que desataría con su decisión egoísta, ignorando el hecho de dejar atrás un corazón roto en cientos de pezados, irreparable. Jamás podría recibirla como a una vieja amiga. Quizás alguien pueda perdonarle sus actos egoístas pero, en cuanto a mí, he de decir que jamás podré perdonarla, ni aunque viviera una eternidad.

Abro la puerta trasera derecha de mi vehículo y me inclino ligeramente hacia adelante para encontrarme con el pequeño que duerme plácidamente en una sillita. Con ayuda de mis manos le quito el pequeño cinturón de seguridad que le mantiene sujeto y lo acojo entre mis brazos con cuidado, sintiendo su fragilidad más viva que nunca, temeroso de dar un paso en falso. Acuno a Ayden en mi brazos y acaricio con mi dedo índice su mejilla, ganándome una sonrisa a cambio. Todo vale la pena con tal de verle sonreír. Cualquier sacrificio lo valdrá todo con tal de arrebatarle una sonrisa en más de una ocasión.

-He hecho en mi vida muchas cosas mal pero tú eres la excepción- acaricio su pequeña manita y el pequeño encierra mi dedo índice en ella y entreabre los ojos, dejando al descubierto su iris verde, el mismo que compartía con su madre. Me sorprende lo mucho que se parece a ella. Es mirarle y encontrarme cara a cara con Liz. O quizás sea un efecto secundario de cuánto le echo de menos-. Prometo hacer bien las cosas contigo. Intentaré darte lo mejor del mundo, aunque tenga que luchar contra viento y marea, siempre voy a tener una sonrisa para ti, aunque tenga que guardarme el dolor que siento y hacer un esfuerzo enorme todas las mañanas.

Deposito un beso casto sobre su frente, cerrando los ojos momentáneamente para sentir cómo mis sentimientos se magnifican, y cuando vuelvo a descubrirlos al mundo me percato de que entre los árboles acaba de hacer uso de presencia un chico con camisa negra desabotonada por la parte superior y unos vaqueros negros. Sus ojos se iluminan al ver al pequeño que sostengo entre mis brazos y sus ansias por reencontrarse con Ayden son tan grandes que le llevan a salvar la distancia que nos separa con un par de zancadas.

-La siguiente toma es a las cuatro- anuncio, haciéndole entrega del bebé con cuidado-. Suele tener problemas para quedarse dormido, podrías probar a contarle un cuento.

-Tengo un arsenal de cuentos en los estantes de su dormitorio- informa, mirando al bebé como si fuera un pequeño milagro-. Le he puesto el atrapasueños que le regalaste a Liz en la cuna para ahuyentar sus pesadillas y, en parte, para hacerle sentir que ella siempre estará a su lado.

Elevo mis comisuras al oírle decir eso y no puedo evitar sentir cierta nostalgia ante el recuerdo que se recrea en mi mente referente a ese momento concreto del pasado. Daría lo que fuera por volver un tiempo atrás para poder disfrutar de la compañía de Elizabeth el mayor tiempo posible antes de que se marchase para siempre.

-Vendré a recogerle luego- recuerdo a modo de alarma, devolviéndole de golpe a la cruel y dolorosa realidad a la que tenemos que hacer frente-. No es seguro que permanezca en territorio de brujas demasiado tiempo.

The Creatures; Origins (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora