Capítulo 21

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Me termino de abotonar la camisa de color azul marino delante del espejo, observando mi aspecto en el cristal inmaculado, con una sonrisita de satisfacción asomando en mis labios. Una vez acabo mi cometido soy bienvenido por los fuertes sollozos de un bebé procedente de la planta inferior. Sin más demonora abandono la habitación y me pongo rumbo hacia la cocina a buen ritmo, evitando cruzarme durante el trayecto con mi hermano, con quien aún continúo furioso ante su traición. Me equivoqué al alabar su nobleza, de ella no queda ni un sólo ápice.

Así es la vida, te apuñala aquella persona que creíste que jamás lo haría, la misma a la que le entregaste la pistola confiando en que no te hiera, la misma que apretó el gatillo sin dudarlo. Salir herido es inevitable pero continuar con las heridas abiertas demasiado tiempo es opcional, todo dependerá de nuestra actitud. Y aunque desearía poder mirar como solía hacerlo a mi hermano, no puedo, es cruzar mirada con él y recordar que me ha fallado, él, la persona a que más he admirado en toda mi vida. No puedo fingir que nada ha sucedido y que nada me afecta. Aunque pienso ser frívolo en todo mi esplendor, en definitiva, ponerme nuevamente la máscara de monstruo porque, a fin de cuentas, es lo que soy, un monstruo con todas sus letras.

Irrumpo en la cocina sin previo aviso, provocando que una chica de cabello castaño que mece entre sus brazos a un crio, intentando, en vano, consolarlo, se sobresalte ante mi llegada y me fulmine con la mirada, aún sabiendo que no podrá intimidarme. Sonrío al verla tan frustrada, agobiada, por no poder conseguir que el niño se calme.

-Los sollozos del bebé me han despertado- bromeo con una sonrisa socarrona para ver hasta dónde es capaz de llegar su paciencia.

-Oh, no sabes cuánto lo siento- ironiza, poniendo los ojos en blanco, y chistando para que el pequeño se relaje-. Creía que estarías devorando al repartidor de periódicos en la parte trasera de tu casa o compartiendo cama con alguna víbora.

-Pareces enfadada.

-Bueno, llevo una hora intentando que el bebé deje de llorar, creo que he superado mi paciencia con creces, ¿no crees?

-No sabía que eras canguro en tu tiempo libre.

-Eso es porque no lo soy- rebate con un bufido desesperado-. Tu hermano me pidió que cuidara de Ayden.

Ayden llora con más intensidad e incluso hace por patalear. Tiene las mejillas sonrosadas y las lágrimas surcando sus mofletes apresuradamente. Sophie deposita su cabecita en su hombro y le propicia sendas caricias en la espalda, como último método para calmarlo, mientras le canta una nana improvisada. Decido intervenir para poner fin al calvario del pequeño. Con ayuda de mis manos sujeto su pequeño cuerpecito, bajo la intimidante mirada de la chica.

-¿Estás seguro de que quieres intentarlo?

-Puedo defenderme, amor.

Acojo al niño entre mis brazos y lo aproximo a mi pecho con ternura. Acaricio su cabellera con delicadeza y le susurro palabras de afecto en el oído, provocando que el niño cese de llorar y se relaje completamente en apenas segundos. Poco a poco va cayendo en los brazos de Morfeo bajo la sorprendida mirada de Sophie.

-Parece que se te dan bien los niños.

-Sólo se trata de dar con la forma de calmarles. A veces sólo es necesario un abrazo, unas palabras de afecto, una caricia, un cuento e incluso una nana.

-Lo he intentado todo y no ha funcionado. Creo que la clave eres tú. Debes ser para él algo así como una divinidad.

-Los monstruos no son una buena compañía- contradigo, desviando mi mirar hacia el pequeño de cabello moreno que duerme plácidamente-. Tú, sin embargo, eres un ángel. Salvas vidas. Deberías ser el ejemplo a seguir de muchas personas- Sophie se sonroja y baja la cabeza, rehuyendo de mi penentrante mirada-. No existen hombres malos cuando sonríe un ángel.

The Creatures; Origins (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora