CAPÍTULO IV

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Un aroma a alcohol intenso fue lo que me hizo abrir mis ojos de golpe. Estaba en mi habitación, con el abuelo que tenía una expresión preocupada y Charlotte se levantó mientras cerraba la botella de alcohol.

—¿Qué pasó? —Pregunté desorientada y empecé a reír recordando aquel sueño que había tenido—. Abuelo, tuve un sueño muy divertido, tú me dijiste que me iba a casar con Mason Vartlory. —Solté otra carcajada más fuerte pero al ver que él llevaba una expresión seria mi risa fue cesando.

—No fue un sueño, Liza, te vas a casar con el joven Vartlory. —Afirmó con seguridad.

—Ni de coña. —Me levanté exaltada.

—No uses ese vocabulario, ¿dónde fueron tus modales? —Preguntó con indignación.

—Al diablo con los modales, abuelo, yo no quiero casarme con él, por favor no me obligues. —Imploré mirándolo a los ojos.

—Liza, ya estoy viejo, con tu hermano en coma eres lo único que me queda, por favor hazlo, quiero verte feliz con alguien que te valore y que te cuide, ya no creo que me quede mucho tiempo aquí, así que hazme feliz con esto. —Trató de convencerme.

Estaba calculando y pensando en cómo influiría esto en mi vida, la felicidad que le traería al abuelo y el bien que le estaría haciendo a la familia.

Luego de unos cuantos minutos de nuevo hablé con determinación.

—Sólo haré esto por ti y aceptaré cuando él me lo pida, si es que lo hace. —Cuando dije eso sentí como mi corazón se comprimía, sabía que me estaba encadenando y condenando a una vida de mierda, pero con eso podría ver feliz a las personas que amo, son solo sacrificios pequeños.

—Muchas gracias, Liza, de verdad. —Y me abrazó, fue cálido y acogedor, del que nunca me querría separar.

[...]

Al día siguiente desperté decaída, sabía lo que pasaría hoy y no estaba segura de la decisión que tomé, todo se ha vuelto caótico.

Me levanté perezosa de la cama y fui al sanitario para lavarme los dientes y darme una ducha, antes de ir al instituto.

Cuando salí de allí me puse mi uniforme que consistía en una falda a lisa de color azul marino y una camisa de color blanco, mi cabello me lo dejé suelto y me maquillé ligeramente.

Bajé al comedor donde ya se encontraba mi abuelo con su habitual periódico en mano y su café en la otra.

—Buenos días Liza. —Me saludó con una sonrisa de cariño.

¿Qué tienen de buenos?

Cállate, no me salgas con tu amargura ahora.

—Buenos días. —Saludé de igual manera mientras me sentaba frente a una taza de café puro.

Cuando acabé de desayunar me dirigí a mi habitación para traer mis cosas, luego bajé y fui junto al chofer de la finca.

—Hola, Eddie. —Saludé sonriente.

—Hola, Liza. —Me saludó de la misma manera.

Eddie era joven, con diecinueve años de edad estaba trabajando para poder pagar sus estudios, el abuelo lo aprecia mucho y tengo que admitir que es muy guapo, alto, ojos de color tormenta y cabello de color castaño.

Desde que entró a trabajar con el abuelo me he encariñado con él, hemos sido amigos desde que lo conocí.

—Te veo pensativa princesa, ¿pasa algo? —Preguntó con una expresión que no supe decifrar.

Él siempre me ha tratado con cariño y creo que eso es lo que llegó a hacer que le tome aprecio más rápido.

—Nada, ¿te cuento un secreto? —Pregunté mientras me acomodaba para quedar más cerca de él.

—Claro, puedes confiar en mí. —Me sonrió.

—Mi abuelo quiere que me case con ese tipo que viene todos los días. —Cuando dije eso él frenó de golpe haciendo que vaya hacia delante.

Lo vi frunciendo el ceño, pensativo hasta que habló.

—¿Y tú lo quieres? —Preguntó sin mirarme.

—Por favor, me conoces Eddie, sabes que no. —Dije decaída—. Pero..., el abuelo ha usado sus sucios chantajes para convencerme.

—Ya veo. —Su voz ya no era la misma—. ¿Y por qué no lo quieres?

—Es complicado. —Dije en un suspiro para luego mirar por la ventana.

Quería a Eddie como a un hermano, siempre me cuidaba y yo a él, era mi amigo pero no me sentía cómoda contándole lo que pasó el día de la fiesta.

Llegamos al instituto y bajé despidiendome de él con un gesto con la mano.

Como de costumbre me adentré a los extensos pasillos buscando el salón que me correspondía. Al encontrarlo estaba vacío así que me dirigí al último asiento y me dispuse a sentarme, mientras ocultaba mi cabeza entre mis brazos.

—Liza, ya no queremos verte así, y sabemos que nos estás alejando, por favor ya no lo hagas. —Mis amigas Carla y Hasley se encontraban frente mío con chocolates en sus manos.

—Chicas, no saben cuanto las necesito. —Rompí en llanto al darme cuenta que ya no podía sola.

Ellas me abrazaron y estuvimos así por mucho tiempo, tratando de que con un abrazo se pudiera reconstruir mi alma rota y dañada.

—Gracias. —Dije en un susurro—. Por acompañarme siempre, las amo.

—Y nosotras a ti y por eso vinimos a decirte que esta noche la pasaremos contigo en tu casa, y no importa cuánto nos lleve, te ayudaremos a superarlo. —Me dijo Hasley sincera y yo asentí.

—Ya avisamos a nuestros padres que nos quedaríamos el tiempo que sea necesario en tu casa y ellos aceptaron. —Habló Carla.

—Gracias de nuevo. —Aclaré con sinceridad.

No veía la hora de que las clases terminen para ir a casa con ellas, mis cómplices, mis confidentes, mis amigas, mis hermanas.

En el almuerzo nos sentamos en una de las mesas al aire libre, porque según ellas, necesitaba un poco ya que me paso todo el día en mi habitación.

—¿Y qué ha pasado en este tiempo en el cual nos distanciamos? —Pregunté interesada.

—Además de pasar todo el día en tratar de ver la forma de recuperarte..., no, nada. —Dijo Hasley encogiendose de hombros.

—¿Y tú? —O por Dios, olvidé completamente que Mason iría hoy.

—Emmm..., tengo que contarles algo. —Desvíe la mirada—. Hay alguien rondandome.






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