CAPÍTULO III

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Dos malditos meses y Jack aún no ha despertado, mi vida se ha vuelto un infierno desde ese condenado accidente, las visitas de Mason son más frecuentes y creo que se está ganando a mi abuelo.

He ido al instituto desde hace una semana, todos me recibieron con calidez y bendiciones para la familia, pero no es suficiente, sé que lo hacen de todo corazón pero me siento sola, nadie entiende lo que estoy sintiendo, mis amigas se están alejando o creo que yo me estoy distanciando pues no quiero causar pena ni mucho menos lástima.

Voy al cementerio una vez por semana y al hospital todos los días luego del instituto.

Mi vida se resume solo en eso, de la finca al instituto, del ahí al hospital y del hospital al la finca a soportar las interminables horas de visita de Mason las cuales el abuelo me obliga a compartir.

Ahora me encuentro con él, justamente y ya me está hartando. Nos encontramos en el jardín de la finca, caminando por él, repitiendo la misma rutina.

—¿Y qué tal estás después de lo que pasó? —Y vamos con la misma pregunta de todos los días.

—No ha sido fácil, y no voy a decir que ya lo estoy superando porque no es así, solo puedo decir que ya no sé ni cómo estoy de pie. —Dije sincera.

—Sabes que me tienes aquí para apoyarte. —No saben las inmensas ganas que tengo de rodar los ojos, pero mi padre siempre me ha dicho que es anti ético y de mala educación, pero es que no puedo evitarlo.

—Gracias, pero no lo necesito. —Dije tosca adelantandome un poco para no caminar junto a él.

De repente siento que me toma del brazo y hace que quede frente a él, mirándolo a los ojos.

—Je te I'ai déjà dit, tu seras à moi à tout prix. —¿Qué se cree éste para hablarme en idiomas extraños, cuando apenas manejo el mío?

—¿Qué? —Pregunté confundida y él sonrió divertido.

—Nada. —Me dijo y emprendió rumbo para irse.

—¡Algún día lo descubriré! —Grité para que me escuchara.

—¡Lo sé! —Soltó una carcajada antes de perderse de mi vista.

Bufé frustrada y me dirigí hacia más dentro del jardín, era muy extenso y tenía un laberinto de árboles que el abuelo se encargó de construir y plantar cada una de las plantas para que se quedara como tal.

Me adentré al laberinto y caminé queriendo despejar mi mente, aún me era difícil pensar que desde ahora estaría sola, sin mis padres, sin los consejos de mi madre y la sobre protección de mi padre, además de los malos chistes de Jack..., los extraño demasiado y cada día sin ellos se ha vuelto una tortura.

Cuando me di cuenta de cuánto había caminado, encontré una banca blanca en el del laberinto, me encantaba, no era el centro, era en una de las calles de éste, rodeado de las plantas y árboles que lo componían, era simplemente hermoso.

Me senté allí un rato y mis ojos empezaron a picar, anunciando que el sueño llegaría pronto, mi mente estaba en otro lugar y no me di cuenta que ya caí profundamente dormida.

[...]

Liza. —Sentí un toque y desperté con mi abuelo al lado mío mirándome divertido.

—¿Qué pasó? ¿Jack despertó? —Pregunté ilusionada.

—No, pero me hiciste recordar a tu abuela Gabrielle, ella siempre venía aquí y se pasaba horas, nunca entendí a qué venía, hasta que un día decidí espiarla, solo se quedaba sentada a pensar y a pasar el rato, la hacía feliz, es por eso que puse esta banca en este lugar, para darle más comodidad, en vez de sentarse en el suelo duro y frío. —Era la primera vez que lo oía hablar de la abuela Gabrielle desde que falleció debido a una caída muy grave que tuvo.

—Abuelo, lo siento. —Me disculpé apenada, no quería hacerlo recordar a la abuela.

—Descuida, tú no tienes la culpa, es más me gusta que vengas aquí, creo que te da tranquilidad. —Dijo sincero y yo lo abracé—. Te amo Liza, que nunca se te olvide eso.

—Nunca, abuelo, nunca. —Lágrimas empezaban a amenazar por salir de mis ojos.

—Vamos a dentro, ya es tarde y no quiero que te enferme esta intemperie. —Y se levantó conmigo para caminar de nuevo hacia la casa.

La noche estaba hermosa, el cielo estaba despejado y la luna en su punto más alto, brillante.

Cuando llegamos a casa, entramos por la puerta de la cocina y allí estaba Charlotte, la cocinera.

—Charlotte, puedes irte, hoy yo le haré la cena a mi nieta. —Ordenó mi abuelo amable.

La chica sonrió y asintió para luego irse y dejarnos solos.

—¿A qué le debo este honor? —Pregunté con curiosidad.

—Hace mucho que no lo hacía. —Se encogió de hombros mientras se ponía un delantal.

El abuelo se movía ágilmente por la cocina y yo lo miraba espectante, se lo veía nervioso, sabía que quería decirme algo y ese algo de seguro no me gustaría.

—Abuelo... ¿tienes algo que decirme? —Me miró con nerviosismo y sonrió.

—Me conoces bien, Liza. —Dijo tratando de no abordar todavía el tema.

—¿Sabes que no puedes cambiarme de tema? —Pregunté extrañada por su reacción.

—Está bien... —Nunca había visto al abuelo tan nervioso—. Hoy estuve hablando con el joven Vartlory y él me dijo algo que..., no sé, ¿llamó mi atención?

—¿Y luego? —Ya no me estaba gustando hacia donde iba la conversación.

—La propuesta que me hizo no la pude rechazar y bueno pasó...

—¿Y qué era esa irresistible propuesta?

—Me pidió tu mano. —¡¿Qué?!—. Y acepté.

En ese momento todo quedó oscuro y un fuerte dolor de cabeza llegó poco después.

ObsesionadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora