CAPÍTULO VIII

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La tarde se hizo noche y ni siquiera me había dado cuenta, las bromas de Eddie lo solucionan todo.

—A ver, esta última. —Comentó entre risas—. ¿En qué se parece un tren que viaja por el viejo oeste, a una silla?

Me quedé pensando la respuesta por un momento—. No lo sé.

—En que el tren pasa por Kansas City y la silla por City Kansas. —Soltó una carcajada mientras yo lo miraba queriendolo matar.

—Ese es el chiste más malo que pudo haber existido, por Dios. —Me reí por pena.

—¿Me vas a decir que no te hizo reír? —Preguntó con una sonrisa.

—Me reí por obligación, Eddie. —Tomé el vaso con jugo y me llevé a la boca.

Eddie me había traído a un restaurante muy acogedor, las personas reían y no había gente fina por todas partes con sus modales, en verdad esa gente parece estreñida de solo ver cómo se sientan.

Habíamos pedido algo para cenar y cuando lo acabamos Eddie se puso a contar sus chistes.

—Liza, no quisiera romper la magia pero..., —Se puso serio pero cuando iba a hablar mi teléfono empezó a sonar, alertandome una llamada.

—Disculpame. —Dije y atendí a esa llamada tan insistente.

Me alejé un poco para poder hablar con tranquilidad.

Llamada de número privado

¿Hola? —Hablé primera.

¡¿Dónde mierda estás?! —¡Maldición! Es Mason.

—Yo... —No tenía palabras, le tenía mucho miedo.

Más te vale venir ahora a la mansión si no quieres que yo mismo vaya por ti. —Colgó.

Me había olvidado de ese pequeño y gran detalle, ¿por qué me trata así?

Supongo que un hombre que dice amarte tiene que respetarte y confiar en ti, hacer lo máximo posible en que nada te lastime, pero Mason es diferente, él me golpea, me insulta y muchas otras cosas más, aún no entiendo su comportamiento y no sé por cuánto tiempo más podré aguantar.

Volví a la mesa en donde se encontraba Eddie y él me miró pacífico.

—Tenemos que irnos. —Hice una mueca.

En seguida la expresión de paz y serenidad se cambió por una más sombría.

—¿Por qué si la estamos pasando bien? —Preguntó consternado.

—Sólo no preguntes ¿si? —Hablé con pena.

—Está bien. —Soltó luego de un largo suspiro—. Ve adelantandote, voy a pagar la cuenta.

—Toma. —Le pasé un billete de cincuenta dólares.

—¿Qué? Claro que no, yo te invité así que yo tengo que pagar.

—Estás loco si crees que voy a dejar que pagues tú.

—Sí, estoy loco pero por otra cosa.

—Ya lo sé, ahora, ve y enciende el auto que enseguida voy. —Ordené.

—Ups, ya la pagué. —Dijo con una sonrisa divertida.

—¿Cómo? ¿en qué momento? —Pregunté confundida.

—Cuando fuiste a hablar por el teléfono, supuse que ya teníamos que irnos. —Se encogió de hombros.

—Eddie Francis Casttle, no puedo contigo. —Me sonrió.

—Vamos, no tengamos problemas. —Me guiñó un ojo y nos dirigimos al auto.

                                 *

Llegamos a casa y las luces de la entrada estaban apagadas, tenía miedo, eso no lo podía negar.

—Hey, ¿sucede algo? —Preguntó Eddie al ver que no bajaba del auto.

—No, no. —Le regalé una mueca que era un intento de sonrisa.

—Sabes que puedes contarme todo ¿verdad? —Alegó como advertencia.

—Claro, gracias por esta tarde. —Dije por último antes de despedirme y bajar de una vez por todas del auto.

Colgué mi mochila por ambos hombros, di un profundo suspiro y entré a casa.

Las luces de la sala de recibimiento estaban encendidas en tenue, creo que no había nadie en casa, para mi suerte.

—Hasta que por fin llegas. —Di un respingo del susto que Mason me había causado.

—¿Tú ya vives aquí o qué? —Pregunté a la defensiva tratando de que mi voz no tiemble.

—No desvíes el tema. —Frunció el ceño.

—¿Dónde está mi abuelo? —Pregunté temerosa.

—Fue a una cena con las chicas. —Contestó serio—. ¿Dónde estuviste, amor?

—Estaba en el instituto, luego fui a por algo de comer. —Mentí.

—¿Qué hora saliste del instituto? —Preguntó pacífico, por lo menos estaba tranquilo.

—A la misma hora de siempre. —Me encogí de hombros.

—Mira, no quiero discutir, —dio un suspiro— pero si no me dices la verdad, tendremos que hacerlo.

—Lo siento. —Miré mis pies—. No me sentía bien.

—Ya veo, y ¿qué tal estás ahora? —Preguntó mirándome a los ojos, había algo diferente en ellos.

—Un poco mejor, fui a tomar aire y luego a cenar.

—Bien... —Se lo veía apenado— mira, yo quisiera disculparme contigo, mi comportamiento no fue el apropiado, tuve que confiar en ti y por eso quería preguntarte si mañana quieres salir a cenar conmigo.

—No lo sé Mason, todo ha sido muy difícil y tú..., tú me has lastimado mucho. —En sus ojos podía ver la pena.

—Y te pido perdón por eso y te lo juro, jamás volveré a tocarte un solo cabello si es que tú no lo quieres, por favor, te lo imploro, —se puso de rodillas— perdoname y hagamos esto de nuevo.

—Está bien, Mason. —Acepté.

Todas las personas se merecen una segunda oportunidad ¿no es así? Son solo sacrificios pequeños por unos más grandes, tal vez si le cedo esta oportunidad a él pueda cambiar, en verdad cambiar, quién sabe y al final podría hasta llegar a quererlo.

—Gracias, gracias, gracias. —Me tomó de la cintura y me levantó en el aire para girar sobre su eje conmigo en brazos mientras reíamos.

—Hey, pero con una condición. —Hablé—. Nada de besos a menos de que yo te lo pida.

—Todo será como tú quieras, pero para serte sincero..., será algo difícil. —Me sonrió.

—Bien Mason, es la última oportunidad, no la desperdicies. —Lo miré y él pegó su frente a la mía.

—Por supuesto que no. —Dijo por último para que en ese instante, mi abuelo, junto a mis amigas entraran a la casa.

—Veo que ya se arreglaron. —Dijo feliz mi abuelo, y el verlo así de sonriente y feliz me ponía el corazón acongojado.

Veremos si he tomado la decisión correcta, espero que no me equivoque.

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