Capítulo: 3

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─Muchacha un café a la mesa del fondo y una dona de chocolate─ es mi jefa mandándome, Patricia, una mujer de unos 50 años, morena y muy baja

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─Muchacha un café a la mesa del fondo y una dona de chocolate─ es mi jefa mandándome, Patricia, una mujer de unos 50 años, morena y muy baja. Gracias al cielo ya casi terminamos y nos podemos ir de este sitio. Liberty es una cafetería exitosa. El pago está bien, pero el trabajo es exhaustivo. Sobre todo cuando la jefa me tiene casi de mano derecha. Obviamente porque soy la única que no llega tarde, ni falta, básicamente porque no tengo vida más que la escuela y esto. 

─Voy yo Deya, tu ve a cobrar esta cuenta ─León me pasa el papel en su mano y se dirige a preparar el pedido. Es magnífico tenerlo de compañero, siempre me está salvando a estas horas cuando ya mi cuerpo comienza a casi no responder y suelo hacer mal los pedidos o tardar más de lo necesario o normal. León se podría decir que es lo más cercano que tengo a un amigo. 

─Gracias Leo, eres un amor...─ tomé la cuenta y me encaminé a la mesa para cobrar.

Una sola persona estaba sentada en ella, era un chico, escribiendo en un viejo cuaderno de tapas negras, solo espero que no sea como Death Note, ok, mal chiste.

─Hola, gracias por venir al Liberty, acá traigo tu cuenta─ dejo el papel sobre la mesa acompañado de una amplia sonrisa que me obligan a dar a los clientes.

El chico me mira sorprendido y cierra fuertemente el cuaderno, obviamente, sobresaltado. Ni que yo quisiera leer el cuaderno de un desconocido. Por dios.

─Bueno, está bien...gracias─dice y comienza a hurgar en su bolso, también negro, al igual que su pantalón y su campera. Extraño muchacho ¿no? ─Ten...quédate el vuelto, gracias nuevamente...que estés bien- nuestros ojos se encontraron mientras se despedía y el aire de mis pulmones brilló por su ausencia.

Sus ojos eran comunes, marrones casi negros, pero transmitían magia, ocultaban un extraño mundo de espectaculares historias por contar. Hay personas que son magia. Tienes suerte de tener a alguien así en tu vida, pero como la suerte jamás formó parte de la mía, me quedé ahí parada con el dinero en la mano viendo al chico de los ojos mágicos desaparecer por la puerta de entrada, sin siquiera darle las gracias por la propina. Una idiota. Esos ojos podrían asustar a cualquiera, pero en mí tuvieron un efecto extraño...como si ya lo conociese. Quizás en  otras vidas...No, eso no existe.

─Deyamira, lava eso y te puedes ir─ la voz de patricia me sacó de mi transe. El cansancio no es un buen aliado para mí. Me imagino cosas.

─Gracias Patri─ me dirijo a la cocina.

Veinte minutos después ya estoy caminando por la plaza donde cada año vengo a sentarme como lo hice el día que papá se fue, Queda cerca de mi trabajo, solo a dos cuadras, y a tres cuadras más de mi casa. Es un lugar que me da paz. Más en este día. Frente al banco hay un árbol muy grande donde viven unos pájaros. Me gusta el lugar en la noche, ya que la luz de la luna y las farolas iluminan el árbol y la fuente de agua que se encuentra tras él y lo vuelven realmente un lugar sereno. Sólo el sonido del agua se oye en el lugar, y el cielo se alza con todo su firmamento de estrellas. Como ya dije es un lugar que me llena de paz. Podría considerarlo mi lugar feliz, aunque no he pasado momentos felices en él, sino más bien, momentos muy tristes. La plaza es grande y muy verde, siempre hay gente paseando, por lo general enamorados, tomados de sus manos, riendo, siempre me pregunté cuando yo sería de esos...

DULCE POETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora